COLUMBA LIVIALas partículas elementales es anterior a
La posibilidad de una isla, pero esta última es bastante superior. Por momentos cae en la repetición y la descripción de una vida sexual abierta que a la vez es monótona. Cuando la novela regresa a los fueros internos de Bruno y Michel, todo cobra su grandeza reflexiva habitual. Me gustó la siguiente frase:
La desgracia sólo alcanza su punto más alto cuando hemos visto, lo bastante cerca, la posibilidad práctica de la felicidad.Pero ese sentimiento lleva innegablemente a que:
Por lo general, la primera reacción de un animal frustrado es intentar alcanzar su objetivo con más fuerza que antes. Por ejemplo, una gallina hambrienta a la que un cercado de alambre le impide llegar a la comida, hará unos esfuerzos cada vez más frenéticos para atravesar el cercado. Sin embargo otro comportamiento, sin objetivo aparente, sustituirá poco a poco al primero. Las palomas (Columba livia) picotean el suelo sin parar cuando no pueden conseguir el codiciado alimento, aunque en el suelo no haya nada comestible. Y no sólo picotean de ese modo indiscriminado, sino que a menudo se alisan las plumas; esa conducta tan fuera de lugar, frecuente en las situaciones que implican frustración o conflicto, se llama conducta sustitutiva. A principios de 1986, poco después de cumplir treinta años, Bruno empezó a escribir.La novela desarrolla muchos temas, pero no deja de sorprenderme la figura de Annabele. Es la primera novia de Michel, su eterna enamorada de juventud, a quien Michel en su incomunicación no podía amar. El narrador reflexiona muchas veces en torno a su belleza y concluye:
Las chicas sin belleza son desgraciadas, porque pierden cualquier posibilidad de que las amen. A decir verdad, nadie se burla de ellas ni las trata con crueldad; pero parecen transparentes y nadie las mira al pasar. Todo el mundo se siente molesto en su presencia y prefiere ignorarlas. Por el contrario, una belleza extrema, una belleza que sobrepasa por mucho la seductora frescura habitual de las adolescentes, produce un efecto sobrenatural y parece presagiar invariablemente un destino trágico… Éste es uno de los principales inconvenientes de la extrema belleza en las chicas: sólo los ligones experimentados, cínicos y sin escrúpulos se sienten a su altura; así que los seres más viles son los que suelen conseguir el tesoro de su virginidad, lo cual supone para ellas el primer grado de una irremediable derrota.
Pero tarde o temprano el hastío las gana (en algún momento, Anabelle es conciente de que
a los diecisiete años no podía imaginar que la vida fuera tan limitada, que hubiera tan pocas posibilidades) la belleza antigua se marchita, a sus 40 años a Anabelle le ocurre lo siguiente:
A eso de las tres de la madrugada Annabelle se levantó, se puso una bata y bajó a la cocina. Buscó en los armarios y encontró un tazón que llevaba su nombre, un regalo de su madrina cuando cumplió diez años. Echó con cuidado en el tazón el contenido de su frasco de somníferos, añadió un poco de agua y azúcar. Lo único que sentía era una tristeza muy general, casi metafísica. La vida era así, pensaba. Se había producido un cortocircuito imprevisible e injustificado en su cuerpo; y ahora su cuerpo ya no podía ser una fuente de felicidad y alegría. Al contrario, poco a poco pero con bastante rapidez iba a convertirse para sí misma y para los demás en una fuente de molestias y aflicción. Así que había que destruirlo. Un reloj de pared de madera maciza desgranaba ruidosamente los segundos; su madre lo había heredado de su abuela, ya lo tenía cuando se casó, era el mueble más antiguo de la casa. Añadió más azúcar al tazón. Su actitud estaba muy lejos de la aceptación, la vida le parecía una broma pesada, una broma inadmisible; pero así eran las cosas. En unas pocas semanas de enfermedad, con una rapidez sorprendente, había llegado a esa conclusión tan frecuente en los viejos: no quería seguir siendo una carga para los demás. Al final de la adolescencia, su vida había empezado a ir muy deprisa; luego hubo una larga época de aburrimiento; ahora todo empezaba a ir deprisa otra vez. Poco antes de amanecer, al darse la vuelta en la cama, Michel se dio cuenta de la ausencia de Annabelle. Se vistió y bajó: su cuerpo inanimado yacía en el sofá del salón. Cerca, sobre la mesa, había dejado una carta. La primera frase decía: «Prefiero morir entre los seres que amo.»