materiaverbalis
18 de enero de 2007
 

Moby Dick, la profecía blanca



Quien piensa en estos tiempos en Moby Dick recuerda más a la ballena blanca por algún cartoon de Tom y Jerry, el parentesco del músico Moby (según se dice bisnieto de Herman Melville) o el film que tiene al capitán Ahab personificado por el pelado Jean Luque Picard de Star Trek. Hoy en día ya nadie lee un libro de casi 600 páginas, mucho menos los chiquillos de quince años, cuyos abuelos décadas atrás encontraban en estos libros de aventuras una posibilidad de fuga.

No obstante, para quien ama los libros dejar de leer la gran novela norteamericana del siglo XIX es un desperdicio. Moby Dick es una de las ficciones más geniales de todos los tiempos. La primera vez que la leí, lo hice en una oficina muy estrecha y poco ventilada al lado del consultorio de una psicóloga, de cuyas consultas se filtraban gemidos de sus hipnotizados pacientes, mientras yo chapuceaba en el Pacífico de oro frente al Japón.

Existen varios elementos que ya de por sí hacen de esta novela una obra de arte singular. Como decía Melville, uno puede escribir una novela sobre la hormiga, pero otra cosa es escribir una sobre la ballena. Tanto el tema a tratar (la ballena, su anatomía, sus especies, su habitat, su caza, sus beneficios, etc.) como el carácter monomaniaco de Ahab están plasmados en las dimensiones leviatánicas del libro. La novela es también un gran Leviatán. ¿Cuánta sabiduría extraída de los libros y cuánta vivencia en los mares hacen de Moby Dick la gran novela que es? Eso es difícil de determinarlo, pues Herman Melville era como Cervantes, un hombre de armas y un hombre de letras, marinero y novelista. De lo que sí estamos seguros es que no es casual que Moby Dick se escribiera en la joven Norteamérica. EE.UU estaba empezando a ser el inmenso territorio que sería, con las mismas dimensiones y el poder de una gran ballena. Además en Moby Dick existe un elemento que es plasmación del sentir de la joven América. El sueño de la democracia, que en autores decimonónicos también brotará en fruto artístico, léase Walt Whitman en Canto a mí mismo. Allí está el exacerbado amor al Dios democrático al cual Melville invoca para el bien y el éxito de su libro. El Dios democrático que alumbra a todos los hombres por igual y que siendo consecuente, Melville por su conocimiento de lugares exóticos, revela en su descripción del caballeroso (más que un cristiano) Quiqueg o su respeto por los otros arponeros “salvajes”.

Tampoco es casual que el libro recurra tantas veces a una cosmovisión religiosa tan fuerte. Estamos hablando de EEUU., el país de los cristianismos extremos, de los cuáqueros y los presbiterianos. Melville provenía de una familia presbiteriana. En Moby Dick los dos nombres más importantes de la novela son nombres bíblicos y tal como pensaba Dante, el nombre hace al hombre. Ismael, quien nos narra la aventura a posteriori, significa “el que habla con Dios”, mientras que Ahab denuncia en la novela y es denunciado por otros como el que carga una maldición por su nombre y comparte el destino de su referente bíblico: el descuartizamiento. Lo religioso no se restringe a algo meramente nominal sino que también se plasma en el lenguaje solemne que algunos personajes practican, reflejo inmediato del lenguaje bíblico. Quien tiene una buena edición en español o un ejemplar en inglés puede comprobarlo. Allí están las formas arcaicas revoloteando en esos diálogos.

Algunos pensarán: Moby Dick debería ser la novela sobre la caza de una ballena blanca. Sin embargo, es esto entre otras muchas cosas, pues estamos ante una novela inmensa que se da el lujo de ser además un libro de cetología. A mi entender Moby Dick es principalmente una novela que desarrolla la idea del destino. Un hado que se siente impuesto e irremediablemente ineludible. No por nada Melville también era un presbiteriano y según el concepto doctrinario de este grupo religioso es solamente Dios quien determina la salvación del hombre. Aunque en la novela, Ahab parece arrastrar en su negro destino a todos los tripulantes del Pequod. Esto posee al mismo tiempo ribetes políticos, pues la democracia norteamericana tiene su antagonista en la loca figura del autoritario Ahab. Se siente además en su empresa maniática el impulso de la modernidad, algo muy parecido a la actividad sin cesar del Mefistófeles de Goethe. Los hombres de Ahab se dejan embriagar por su manía obsesiva y perecen junto a él. Como Starbuck cavila: “¿no será que por obedecer al viejo estoy desobedeciendo a Dios?” Una empresa demoníaca, una actividad sin sentido, la persecución de un fantasma, en detrimento de la verdadera actividad de un barco ballenero: acumular la mayor cantidad de aceite.

Pero ¿cuál es el ancla que unifica la novela en la cosmovisión de Melville? Pues el destino, tan imparcial e indiferente como la naturaleza, como el océano y su ímpetu, la cólera de la ballena blanca como expresión de sobrevivencia y los fenómenos metereológicos que guían a los navegantes. Todo naturaleza. Es el destino que mana del Dios presbiteriano y se manifiesta en los signos de la naturaleza. También es el hado pagano que se suma a la providencia presbiteriana: Fedellah, el arponero misterioso, con su saber esotérico ha predicho (al final de la novela) su muerte y la de Ahab. Es la misma suerte que se anuncia a Ismael y Quiqueg, antes de embarcar al Pequod: encuentran a Elías (sí, el profeta Elías metido en la piel de un vagabundo desquiciado), quien les señala el destino aciago del Pequod.

Como afirmaba Harold Bloom, Shakespeare era el canon occidental. En Moby Dick esto es letra viva. Los personajes de Melville en su humanidad desprotegida, dudosa, autoconsciente y dialogante consigo misma, se acercan de manera patente a los personajes teatrales de Shakespeare. Ahab, Starbuck, Stubb o Flask son ante todo personajes teatrales, diferenciados uno de otro en sus tragedias y sus impulsos, en su afiebrado apoyo a la idea monomaniaca del viejo Ahab.

Por otro lado, la blancura de la ballena contrasta con la negrura obsesiva en el corazón de Ahab, lo cual pasa como una creencia presbiteriana, pues “los hombres impíos llevan el infierno en su corazón”. Melville se documenta y se imagina las razones por las cuales el blanco crea una magia espeluznante y sagrada cuando se encuentra en los animales terrestres o marinos, por ahí desfilan seres imaginarios y reales, solamente para llegar a la conclusión de que el blanco nos sobresalta por el carácter fantasmal de quien lo lleva como ropaje. Moby Dick es como un fantasma, el fantasma de la obsesión que afiebra y asedia a Ahab, la obsesión de la venganza, tan enraizado en la cultura de entretenimiento norteamericana.

La belleza del libro estriba justamente en esas analogías, en las que la actividad pesquera y la caza ballenera se convierte en meollo para desarrollar una visión del mundo y de los hombres.
 
9 de enero de 2007
 
Cantautores Todos

Mañana 10 de enero en el Centro Cultural Ricardo Palma
 
5 de enero de 2007
 
LA PESADILLA AMERICANA



¿El gran sueño americano es una quimera? ¿En verdad nunca fue un sueño? ¿O en realidad deberíamos llamarlo la gran pesadilla americana? Los asesinatos de Columbine, el francotirador empotrado en la maletera de un auto, Irak, los asesinos en serie, el muro en la frontera… Me quedo corto ante la larga lista de ejemplos extraídos de alguna pesadilla. ¿Pero hubo un tiempo en que esto no fue así, en que EE.UU. fue un país lleno de salud y sueños? ¿O fue solo un gran espejismo, un gran espectáculo visual en el que los juegos pirotécnicos escondían un acto fúnebre?

Estas parecen ser las interrogantes que trata de responder Philip Roth en Pastoral americana (1997), ganadora del Premio Pulitzer 1998, y una ficción que corrobora el valor del escritor judío dentro de la literatura norteamericana y mundial, con una novela que se introduce como una cuña dentro de las conciencias de sus personajes, como un sutil bisturí ingresa para penetrar mediante agudas reflexiones en la carne de sus personajes hechos de palabras y levantar un gran simulacro de vida tan creíble y contundente como la vida misma.

La mayor virtud de esta gran novela es justamente esa perfección psicológica y esa manera tan aparentemente simple de desentrañar el sueño americano utilizando el drama de los antiguos pobladores de Newark (lugar de nacimiento de Roth) y en especial del típico héroe civil americano: El Sueco, Seymour Levov. Como en una pieza trágica, Pastoral americana está dividida en tres actos y cuenta con un narrador que alucina y reflexiona en torno a la figura de Levov, su supremacía en los diversos juegos físicos, el héroe estudiantil fuerte y noble, casi perfecto, que parece representar las ansias americanas de éxito ilimitado en un momento feliz de la historia americana, la victoria sobre las tropas alemanas luego de la Segunda Guerra Mundial. Para ello este narrador reflexivo y casi omnisciente, o truculentamente omnisciente, observa a este héroe con esos ojos infantiles (que son los ojos de su barrio en Newark en New Jersey de los 40 –cuna del escritor judío-, que son los ojos de América entera). En suma una época feliz y optimista vista desde los ojos de un niño perspicaz, el infantil Zuckerman tratando de penetrar en la figura impenetrable de su héroe, tratando de desentrañar el mito.

De eso trata la novela también, penetrar en el mito es de alguna manera reflexionar acerca de Levov y, por ende, de los EE.UU. Dos lecciones, dos enfoques: lo doméstico y nacional frente a lo permanente y lo eterno. Esa parece ser la apuesta de Roth. Precisamente el Sueco Levov pasa a ser el pretexto para hablar de la desaparición de una época y un optimismo que ya no es justificado por la decadencia de toda una sociedad. En el encuentro que entablan el escritor y su héroe en el presente de la tercera edad, aquel no llega a penetrar nunca en el secreto del mito, por ello piensa que El Sueco Levov es solo una superficie. Que no hay nada más allá de esa superficie. Como en algún momento de la novela se dice sobre los Levov y la industria del guante femenino que ha sido sostén de su estirpe: “Son una familia, pero lo único que les interesa es la piel, el ectodermo, la superficie, y no tienen ni idea de lo que hay adentro”.

Pero en un encuentro nostálgico con otros miembros de su generación estudiantil, Zuckerman descubre que sí había un verdadero trasfondo en lo profundo de ese hombre aparentemente infranqueable y feliz, y que esa historia llena de optimismo nunca fue tal cosa y que la vida se encargó de revelarle las profundas escisiones a ese héroe y mito, desde dentro, desde el lugar donde residía la fuerza del Sueco Levov: la familia, y más específicamente: su hija.

Sobre esa fragilidad de cuanto creemos conocer de las personas, Roth la expresa de la siguiente manera: “En cualquier caso, sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida, no es de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo una vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión malentenderlo de nuevo. Tal vez lo mejor sería prescindir de si acertamos o nos equivocamos con respecto a los demás, y limitarnos a relacionarnos con ellos de acuerdo con nuestros intereses. Pero si usted puede hacer eso… en, fin es afortunado”. ¡Grande Roth! Si hay algo admirable en un escritor es sacar estas perlas de en medio de las ficciones, y quién dijo que era retrógrada la reflexión en una novela, o que el narrador que se entrometía en la ficción era uno decimonónico. ¡Huiflas!, y hay más de esas eh.

Para ejemplarizar la continuidad del sueño americano, Roth arma la escalada social y económica de los Levov en la industria de los guantes para señoras, la técnica y la gran astucia de Lou Levov a inicios de siglo XX, cuando era un pobre diablo, hasta su encumbramiento y el de su técnica, para después legarla a su hijo, el Sueco, quien renuncia a sus sueños deportivos por la industria, comenzando desde abajo, como su padre, y aprendiendo toda la línea productiva del guante. Se casa con una ex Miss New Jersey, que pudo llegar a ser Miss América, y luego de algunos años tienen una hija con problemas del habla (tartamuda) y una testarudez que lentamente empieza a manifestarse y es lanzada contra sus padres, pero sobre todo contra El Sueco en forma de un odio acérrimo contra él, contra su familia, contra la industria, contra los EEUU, contra el sueño, y lo hace público con su accionar político a los 16 años, colocando una bomba en un correo y matando a una persona inocente. El contexto social es Vietnam, Kennedy, las protestas estudiantiles. A partir de allí la continuidad del sueño se rompe y se inicia la caída. Roth dice: “Y entonces se produjo la pérdida de la hija, la cuarta generación americana, una hija huida que debía haber sido la imagen perfeccionada de sí mismo, de la misma manera que él había sido la imagen perfeccionada de su padre y éste la imagen perfeccionada de su abuelo… La hija que le llevaba fuera de la ansiada pastoral americana para conducirle a cuanto era su antítesis y su enemigo, a la furia, la violencia y la desesperación de lo contrario a la pastoral, a la fiera americana indígena”.

La hija desaparece al tiempo que los Levov y toda la industria de los guantes (la industria americana en general, empieza a declinar, los viejos barrios se muestran desolados y llenos de criminalidad y desempleo, la industria se traslada al Asia donde la mano de obra es barata y mal pagada, si no me crees cheka dónde hacen tus Nike o tus All Star). El Sueco empieza a descubrir que todo cuanto creía estable y refugio ha sido despreciado por aquellos a quienes él más amó: su esposa y su hija. No me detendré a analizar cómo descubre eso. Toda una tragedia que por momentos escarapela el cuerpo. Algunas veces expresada mediante preguntas valederas, como si Philip Roth se pusiera vargasllosiano y dijera: ¿En qué momento se jodió América?

De alguna manera esa permisividad y generosidad en Seymour Levov es la imagen de ensoñación de una América llena de valores, que la novela lentamente se encarga de revelar como falsa y demagoga, para al final mostrar el nuevo rostro de la violencia y la locura de la hija, quizá el nuevo rostro de América (¿no Señor Buzzz?). Los sueños perdidos por la confusión de la vida en algún momento se cobran la revancha y eso parece ser lo que les ocurre a estos personajes. En algún momento de la historia el sueño de la vida americana perfecta se rompe y cuando sale a flote la verdad, sale violentamente resquebrajando sus ensoñaciones. Especialmente para quien menos lo esperaba.

Sin embargo hay una reflexión maravillosa de Roth, que es como un rubí intenso entre gemas negras, y es la explicación eterna del eterno drama del hombre: “ Sí, estamos solos, profundamente solos, y siempre nos aguarda una capa de soledad todavía más profunda. No podemos hacer nada para cambiar ese estado de cosas. No, la soledad no debería sorprendernos, por asombrosa que pudiera ser su experiencia… No sientas un temor reverencial por el comunismo, idiota hija mía, sino por la soledad ordinaria, cotidiana. El 1• de mayo puedes desfilar con tus amigos para su mayor gloria, la superpotencia de las superpotencias, la fuerza que las aplasta a todas. Invierte tu dinero en ello, apuesta por ello, ríndele culto, inclínate sumisamente, no ante Karl Max, mi hija tartamudeante, enojada, idiota, no ante Ho Chi Minh y Mao Tse- Tung, ¡sino ante la gran diosa Soledad!”
 
Y MIENTRAS TANTO... EL PULSO SIN DESCANSO, EL PULSO SIN DESCANSO...

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Nombre: Franco
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FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas. CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.

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