materiaverbalis
30 de octubre de 2008
 
FINALMENTE ACABÉ THE ROAD



The road es ante todo, en lo más profundo de su esencia, una novela de aprendizaje. Del aprendizaje más potente, duro, pretty bad, que representa muy bien estos tiempos. Y no es casual que haya sido publicado el 2006. Es simple, bastante clara y para quien tiene un hijo es bastante dramática, frontal, directa. Si se lee en inglés es relativamente cómoda porque en el plan de enseñar a sobrevivir, se crea una pedagogía básica, no sólo en lo práctico, sino también en las grandes y pequeñas preguntas que corresponden a este lapso de tiempo que llamamos vida.

Si se piensa en una novela también situada en los límites de una época como La montaña mágica, sabemos que abundan los pedagogos, los filósofos, los guías, aquellos que de una manera u otra explican el camino a seguir en ese sanatorio que es el mundo previo al estallido de las guerras mundiales. En The road, no hay nada más que un padre y su hijo con sus pocas certezas. Un único pedagogo. La gente aquí no hace espiritismo ni trata de curar sus males, sino que huye una de otra porque fácilmente se pueden convertir en la cena de alguien. Dadas las cosas de ese modo, la pedagogía se da en retazos, en fragmentos, de una contundencia mágica, entre la esperanza sin cuartadas del hijo y la incertidumbre del padre.

McCarthy se toma su tiempo para describir acciones porque se entiende que son éstas las que sostienen la novela y a los personajes dentro de ella. Hay una precariedad que se marca en los diálogos y en la relación de estas acciones. No es solamente porque como entendemos el inglés es breve y conciso. Hay varias imágenes poderosas, fuera de las que marqué en posts anteriores: la idea nacida naturalmente en la cabeza del hijo de que ellos son the good boys o que ellos llevan el fuego (imagen importante para cerrar la novela) o esa deseperada necesidad de comunicación del hijo con algo que trascienda esa realidad que es la creencia en Dios. Así la voz del padre a veces no confirme su presencia sino la misma soledad de permanecer en algo vacío como la tierra, plagada de asesinos y caníbales. De desconfianza e incertidumbre. Si EEUU era el lugar del sueño, The road lo hace el lugar de la pesadilla, y hacia el final nos deja la minúscula y eterna esperanza de que el aliento de Dios se transmita en algunos hombres, de hombre a hombre por la eternidad, puesto que el único Dios que conoce el hijo y del cual puede hablar es su padre. Perfectible, humano en su esfuerzo de llevar un pedazo de comida a su hijo.
 
17 de octubre de 2008
 
GRACIAS MIS LIBROS



Hasta ahora los conservo. Hasta ahora sigo pensando qué casualidad que me gustaran tanto, que llegaran a mí cuando tenia 9 ó 10 años. Qué loco y qué emocionante cuando acompañaba a mis padres a comprar a Scala gigante de La Marina. Allí están. El mundo perdido. Wou! El profesor Lidenbrook y su sobrino. Dos imágenes inmortales para mí: Lidenbrock enseñándole a su sobrino cómo perder el miedo a las alturas. Un grabado a lo Doré. Ambos en una cima impresionante de un edificio. Segunda: Lidenbrook buscando a su sobrino perdido bajo millones de kilómetros bajo tierra. Herido en la oscuridad de una galería perdida. Y claro El castillo de Otranto. ¡Qué increíble!

Cómo no decidir amar los libros con esa colección, ¡cómo no desear escribir una novela después de eso! Gracias Verne, gracias Conan Doyle, gracias Walpole. Allí se inicia todo. Allí está todo.
 
9 de octubre de 2008
 
THE ROAD, THE FILM



Navegando por la web encuentro un par de fotos de The road, la pela basada en el libro que ando leyendo de McCarthy. A ver si la alucinamos un poco más.

 
Y MIENTRAS TANTO... EL PULSO SIN DESCANSO, EL PULSO SIN DESCANSO...

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Nombre: Franco
Ubicación: Lima, Lima, Peru

FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas. CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.

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