materiaverbalis
26 de setiembre de 2006
 
Pet Sounds: Tienda de sonidos mentales



La música es memoria. La música es subjetiva. La música es nemotécnica y enjuague del alma. La música es látigo y es instrumento de tortura. Vicio y golosina. Para las diferentes actividades de mi vida la música es esencial y en caso no hacerlas bajo su mandato, perderían todo sentido. La música es Eros y Tanathos. Me podría considerar casi un coleccionista, pero a nadie voy a engañar: no colecciono discos originales. Colecciono discos bajados del Limewire para MAC. Detesto los mp3 individuales, reunidos al azar. Me encantan los discos ordenados. Debidamente pirateados por mí mismo y no comprados en el mercado de la esquina. Con portada a colores. Portada y contraportada, y en casos extremos cuando la búsqueda en Google es infrucuosa sólo la portada. Cuido mis cds tanto como mis libros y estoy absolutamente seguro de que sin Internet habría sido casi imposible encontrar tantos buenos discos. Uno de ellos es el Pet Sound (1966) de los Beach Boys. Según la revista Rolling Stones ocupa el segundo lugar después del Sargent Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles en una larga lista de los 500 mejores discos de la historia del rock n’ roll.

En verdad la historia de este genial disco (para mí y para otros locos, incluso superior en varios aspectos al Sargent) se encuentra precisamente enclavada en una dura lucha Inglaterra vs EEUU, Beatles vs Beach Boys, la banda por antonomasia en los EEUU. Unos años antes, los de Liverpool habían sacado el Rubber Soul y el líder de los Beach Boys, Brian Wilson, el más creativo y arriesgado de ellos, decidió editar un disco que iguale e incluso supere esa joya musical. Se metió al estudio y consiguió esta preciosura musical, algunos dicen que lo hizo porque no quería irse de gira con sus primos, otros porque le tenía miedo a los aviones, algunos más porque tenía miedo escénico. Eso no importa al fin y al cabo, el buen Brian nos regaló su genialidad en este disco lleno de coros, de orquesta, de bocinas de triciclos, de juguetes, de ladridos de perros. Primera idea: todo lo que toca el arte lo convierte en oro. Segunda: Pet Sound erigirá un paradigma importante que tendrá una consecuencia decisiva: el disco conceptual, el disco mundo cerrado, el disco significado por sí mismo. Y se convertirá a partir de allí en la primera influencia del disco insignia de The Beatles: el Sargent, según propias palabras de Paul Mc Cartney.

Para Brian Wilson fueron dos meses de trabajos en el estudio con el objetivo de darle forma al disco junto a su colaborador Tony Asher. Ambos hicieron casi todo. Esperaron el regreso de los demás miembros del grupo de una larga gira y grabaron el disco. O sea solo pusieron sus vocecitas. Por ello hubo zapateo y chilla de parte de los otros Beach. Incluso hubo la posibilidad de sacarlo como solista. No ocurrió así. Pet Sounds tuvo una serie de complicaciones para ver la luz y en ventas no le fue nada bien. Quizá los escuchas esperaban algo surf. Hasta aquí la historia.

La música es significante, la música es contenedor, continente, envoltorio, bolsa de plástico, bolsa de papel, guante de béisbol, zepellin, globo aerostático, canasta de mercado, corazón bombeante. Más importante que esos datos referenciales, más importante que las anécdotas, es todo lo que despierta el disco, cada canción. En You still believe me todo es tan de puta madre, tan hermoso. La canción suena como toribianitos jajaja (el aspecto coral del disco es central y es un acierto espectacular, recordemos que estamos hablando de los Beach Boys, amos y maestros de los coros), unos toribianitos celestiales, chicos con barba cantando villancicos a la par de un piano, órgano, clavicordio, mandolina, flauta, oboe, violines, saxos, vibrófonos, corno francés, etc. Con You still believe me parece que hubieras accedido al cielo finalmente o que mi abuelo estuviera vivo y me llevara por la ciudad y todos lo saludaran a él y a mí con una sonrisa. Que un día domingo toda mi familia estuviera unida alrededor de la mesa, una película de domingo, y algodoncitos flotaran por ahí. Que yo fuera niño otra vez y manejara mi vieja bicicleta con llantas amarillas y tocara la bocina de mi cleta (como realmente ocurre al final de la canción) y justo ahí cayera una nieve navideña y yo fuera feliz, y como dice la canción I wanna cry. ¡Qué paja carajo! Una canción muy norteamericana pero entrañablemente universal.





That’s no me es la pubertad, la de los enamoraditos frente al mar, la pubertad de una vecinita, Carolina, la orejoncita de las caricias cuando manejábamos por la Costanera en verano y el mar era maravilloso en su limpieza, tan diferente al mar infernal del invierno y Carolina jugaba fútbol conmigo, un jueguito que se llamaba Perú Fútbol con su vestidito nuevo y mi papá y mi abuelo me hacían señas desde la ventana del segundo piso. Pero la letra de la canción es alucinante, Brian dice algo así: I once had a dream / So I packed up and split for the city / I soon found out that my lonely life wasn't so pretty / I'm glad I went now I'm that much more sure that we're ready.

Don’t Talk es una típica canción de los Beach Boys suena y sabe a California dream, pero la limpieza de las voces es espectacular: Come close, close your eyes and be still / Don't talk, take my hand and let me hear your heart beat / Listen, listen, listen. Lo mismo ocurre con el sabor marino de Sloop John B, una excelente canción con remembranzas del hogar. I know’s the answer en la edición que yo tengo aparece en dos versiones, con letras diferentes pero la misma música. Junto a Here Today me parecen las mejores musicalmente hablando, aquí se entremezclan diferentes órganos y las canciones tienen varios cortes, los instrumentos de vientos ejercen una clara supremacía, incluso por ratos parecen competir con las voces graves y agudas de los Beach. Algo que probablemente sea el oboe o el corno francés traspasa la canción con su gravedad y pone el tono pertinente para decir eso que ya Brian a los 24 años podía definir: I know there's an answer / I know now but I have to find it by myself. Lo mismo ocurre con Here Today, otra canción de amor y reflexión, de corazones rotos, pero con el acápite de que musicalmente me parece perfecta y con más instrumentos fuera de los vientos que pasan a un segundo plano para dar paso al bajo, al órgano o clavicordio, a la pandereta y hacer un quiebre impresionante al modo de una tonada circense para volver al coro y decir: She made me feel so bad / She made my heart feel sad / She made my days go wrong / And made my nights so long.

I Just Wasn't Made For These Times tiene un coro precioso y en esa melodía pegajosa se suponen esos síntomas de descomposición psíquica que ya se adivinaban en el genial Brian Wilson. Algunos de esos síntomas se tomaron como pretexto para ir dilatando cada vez más el lanzamiento de Pet Sounds, cosa que al final ocurrió. Ojo que cuando en el coro se dice: Sometimes I feel very sad / Sometimes I feel very sad / (Can't find nothin' I can put my heart and soul into) / Sometimes I feel very sad. Yo siempre entendía: Sometimes I feel very SICK y eso es algo que siempre me ocurre con las canciones en inglés o en castellano, tiendo a cambiarles las letras, a volverlas más preciosas, a intercambiar las frases, a jugar con lo envuelto, con el regalo dentro de la caja de juguetes, con la carnosidad dentro del molusco. ¡Ah!, casi lo olvido, creo que el single más conocido de este disco, Wouldn't it be nice, también es bueno, pero cada vez que lo escucho me recuerda alguna comedia tipo Mi pobre angelito 3 en alguna escena de amor filial y al estar trabada de esa forma me impide crearle leyenda o mito. Lo mismo ocurre con el otro exitazo Caroline no que si se le busca en Youtube.com se encontrará un video libre en el que una cámara caprichosa se afana por adentrarse en jardines tropicales.

La música de Pet Sounds para mí esta llena de regalos y es una clara muestra de que no solo los discos melancólicos, melódicos, pesimistas o hits en discos pueden ser geniales. De hecho esta obra de arte tiene un espacio importante en mi mundo interior y, como alguna vez reconoció Mc Cartney, yo también he llorado escuchando alguna que otra canción de este hermoso disco. Gracias Brian, te la debo.
 
20 de setiembre de 2006
 



LAS PELICULAS DE MI VIDA

Los terremotos como tema literario. ¿A quién se le puede ocurrir algo asi? En una entrevista a Alberto Fuguet sobre su novela Las películas de mi vida (2003), el escritor chileno nos refresca con algunos datos biográficos acerca de su vida en California, donde nació. Y aclara algo que ya había pensado hace mucho tiempo, eso de escoger temas originales para las ficciones. Los terremotos son un tema original. Ese afán de encontrar un lugar nada o poco transitado por la literatura. Claro que Fuguet no descubre nada nuevo, pero siempre es aleccionador leer una reflexión así y después enfrentarse con algo “diferente” al nivel virtual de las ficciones. Quizá sea la novela más personal del escritor chileno a quien siempre le guardé cierto resquemor por su cercanía con un tipo de literatura que en los 90 se conoció como light. Ya no sé a cuántas novelas actualmente se les llama así. ¿Todavía se hacen novelas light? Ya no escucho que a ninguna se le chante ese adjetivo anglosajón. Más bien ahora se hacen (por aquí) novelas muy pesadas y disforzadas, academicistas, sin ningún punche interior... en fin... calma, hígado mío. Reitero, el mayor acierto de esta novela es justamente esa apuesta personal, medio autobiográfica, claro que eso no es nada del otro mundo, pero aunque parezca mentira ser personal y contar una buena historia que pueda ser apreciada por todos es muy difícil, sino que lo digan los literatos de estas latitudes.

La vida está llena de terremotos. Los de verdad, cuando la tierra se mueve y los otros, quizá más importantes que los primeros, los interiores. Esa es la principal temática de los primeros capítulos de esta buena novela. La mitad del libro hasta que la familia chilena inmigrante del narrador Beltrán regresa a Santiago después de que Pinochet conquista el poder. Nuevamente Fuguet acierta con su originalidad. Muy pocas veces o nunca se había hablado del retorno a Chile durante la dictadura, más bien se habla del exilio, de la huída (¿sí o no Bolaño?). Fuguet lo dice claramente: fue premeditado hacerlo. La misma idea de la novela escindida en capítulos que se concatenan débilmente con esa películas de los 70/80 en su mayoría vistas en su infancia y adolescencia por el narrador es tentadora. Pero, precisamente, cuando uno se mete en la trama se da cuenta de que eso es simplemente una excusa. La novela inicia con una reflexión y el viaje interrumpido de Beltrán Soler, un sismólogo, hasta Tokio. Sus recuerdos sobre los grandes terremotos en Chile y el mundo. El paralelo entre terremotos ext. e int. está cargado de buenas metáforas. Esos primeros capítulos son digamos una explicación de la novela y sus motivaciones, mientras que luego (a modo de guión, este narrador entabla un diálogo con su hermana en Chile, mientras él está en Los Ángeles escribiendo lo que será esta novela), en ese diálogo se adivinan los primeros conflictos familiares. En otro diálogo importante para la trama una mujer desconocida activa una vorágine de recuerdos que irán siempre aunados a sus respectivas películas. Nos enteramos de los dilemas de la familia Soler Niemeyer y de toda su parentela. La larga huida de los abuelos Soler a California cuando pierden su dinero, cuando el patriarca era ya un hombre entrado en años amargado por su fracaso. El otro abuelo, Niemeyer, un eminente sismólogo a quien Beltrán, nuestro narrador, le debe su profesión y su pasión. Quizá por el hecho de estar ambientada en California y descubrir un mundo no tan visitado por la literatura latinoamericana, esta primera parte es cautivante. La mirada del niño filtrada por la ironía del adulto es otro acierto. Además los conflictos a los que hace referencia Las películas de mi vida en estas familias de inmigrantes chilenos se le pude fácilmente adjudicar a cualquier familia latinoamericana. Ese mundo de baby sisters, de molls, LAX, los autocines drive-in, los Grand Prix, this-is-the-real-me, the Californian-dreamin look, se cuela entre las cintas de cine tipo Born Free,The jungle book, Doctor Dolittle, Dumbo, Bullit, Oliver!, etc.

La más extraña casualidad: ¿por qué un escritor chileno habla sobre inmigrantes?, si precisamente el país del Mapocho es un casi improductivo procreador de inmigrantes. Tarea para la casita.



En la segunda parte en Chile, la pubertad y adolescencia de Beltrán no son tan llamativas ni originales, esa adolescencia no tiene mucho que diferenciar a por ejemplo los adolescentes de las novelas de Vargas Llosa en su aprendizaje sexual y social. Supongo que también es por esa admiración de Fuguet hacia el narrador arequipeño. Otra cosa que resalta es el conservadurismo a ultranza de algunos chilenos y en general de la sociedad chilena que Fuguet descubre. Esa búsqueda de inmovilidad social, de derecha brutal, de neoliberalismo aplicado con látigo. Las típicas historias de los granujientes fans de los vicios de Onán, las primeras enamoradas y los conflictos familiares tienen el marco social perfecto. Cuando leía no podía de relacionar esta novela con la película de Andrés Wood, Machuca (2003), otro buen fresco de esa época, que también explora en las diferencias sociales y el descubrimiento sexual. Qué raro que apareciera un año después del libro y tengan tantas aristas de contacto. Es posible que por la afición de Fuguet al cine (Se arrienda es su primera pela) se enterara de la producción de la cinta y quizá leyera mucho antes el guión. Especulaciones, vamos cualquiera tiene derecho a especular. A la familia Soler le ocurren muchas cosas en su estancia chilena: separación definitiva entre los padres, el idilio de su madre con un hombre casado, las primeras experiencias sexuales de la hermana de Beltrán y las suyas propias.





El telón de fondo yo creo que deberían ser las canciones de Los Bunkers de Concepción. Eso es algo que siempre me ocurre al leer. Es decir hacerlo mientras voy escuchando algo. Leer con música siempre deja esas canciones sedimentadas de esos recuerdos ficcionales y mientras uno los va escuchando a veces suelen coincidir por letra o composición con lo narrado. Buena por Fuguet.
 
19 de setiembre de 2006
 
LOS 400 GOLPES



EXTRAORDINARIA PELA.
 
12 de setiembre de 2006
 


Jugando con fuego en la frontera del mundo

The Quiet American (1955) de Graham Greene es una novela de corte político-policial que llegó a mis manos gracias a la película homónima protagonizada por Michael Caine y Brendan Fraser en el 2002. El título de la misma fue traducido para nuestras salas simplemente como El americano.

Tanto la película como la novela están muy bien narradas. La única diferencia estriba en el final feliz de la novela. En este aspecto la película es superior. El hecho de que ambas estén bien llevadas es una característica de las ficciones de Greene. Recuerdo la buena impresión que me dejó El poder y la gloria, cuya trama está ambientada en el México de las persecuciones a los curas católicos. El argumento de El americano impasible (lleva dicho título en la mayoría de traducciones al español) es bastante simple. Es la historia de Thomas Fowler, periodista inglés, afincado en Vietnam años antes del ingreso de las fuerzas norteamericanas en la región, separado de su esposa en Londres por la distancia y una serie de infidelidades que han dejado una retahíla de heridas en ella. Una tarde conoce a un joven norteamericano, Alden Pyle, que llega como colaborador del servicio diplomático norteamericano y sorpresivamente se enamora de Fuong, la concubina del periodista inglés.

El americano impasible juega de manera formidable entre el drama pasional generado por el inusual triángulo amoroso y las intrigas políticas. Esto se refuerza si tomamos en cuenta que Pyle es un operador subrepticio de dichas intrigas, al tiempo que Thomas es un espectador neutral de éstas debido a su profesión, actitud que mantendrá en la guerra y en su creencia acerca de Dios. En verdad, Pyle es un recién llegado a Vietnam que a los ojos del narrador (Fowler) no entiende nada, y por eso deberá convertirse en algo así como en su pedagogo cuando lo conozca. En su primer encuentro se deja bien establecida la trama, el conocimiento, la ironía, la neutralidad y el ateísmo de Fowler. Un viejo zorro, curtido por los dilemas políticos y la propia vida, mientras que Pyle despliega su inocencia y su conocimiento obtenido de los libros que ha devorado y que, como se lo revelará Fowler, muestran una imagen distorsionada de la situación política de los países extranjeros, en este caso Vietnam y el comunismo que es combatido por las tropas francesas. Entonces a partir de este encuentro, el periodista inglés rastreará las “inocentes intenciones” de Pyle: su discurso político plagado de palabras tan ideales como explosivas: Democracia y Libertad.

Ni siquiera oyó lo que le dije; ya estaba totalmente sumergido en los dilemas de la democracia y las responsabilidades de Occidente; estaba decidido –muy pronto pude comprobarlo- a ser útil, no a una persona determinada, sino a un país, a un continente, a un mundo. Bueno, ya se hallaba en su elemento, podía dedicarse a mejorar el universo entero.

El antagonismo de estos dos personajes es muy sutil. El viejo colonialismo inglés (Fowler) frente a las ansias del robusto nuevo colonialismo norteamericano (Pyle), aunque este nuevo colonialismo a diferencia del anterior porte la máscara de la libertad otorgada en nombre de la Democracia. Lo que hace Pyle es interpretar la realidad en Vietnam bajo la tutela de un tal York Harding, el nombre podría corresponder a cualquier otro autor de libros políticos, pero el contenido de su prédica es el mismo: la participación de una Tercera Fuerza en la contienda en la región. Y bajo ese trasfondo, Fowler reflexiona:

Nunca entendió nada que no le hubieran explicado en la sala de conferencias, y sus escritores y sus profesores lo convirtieron en un estúpido. Cuando veía un cadáver, ni siquiera era capaz de distinguir las heridas. Una amenaza roja; un soldado de la Democracia.



Lo que Fowler detesta de Pyle es su idealismo ciego y sus peligrosas intromisiones en el acontecer de Vietnam, lo cual a la larga acabarán por afectarle directamente cuando éste conozca a Fuong y descubra que ella es solo una concubina del inglés e intente por la vía legal hacerla suya, proponiéndole matrimonio y una vida juntos en EEUU. Fuong es el cuerpo del deseo: una vietnamita y los dilemas que despierta por su posesión en el viejo inglés y el joven americano. Un periodista viejo que detesta la idea de la soledad y por ello no quiere dejarla y un intelectual norteamericano que además de querer arrebatársela por un sentimiento muy parecido al amor, pretende protegerla escudado en argumentos éticos que a su vez esconden el temido germen geopolítico.

Qué actual resulta la miopía de Pyle en relación al accionar bélico y geopolítico de los EEUU. Precisamente, su idealismo será su perdición, pues lo llevará a tomar partido por una de las facciones en disputa, en este caso por un rebelde llamado el General The. Un tipo misterioso y que con la ayuda de los explosivos plásticos otorgados a través de Pyle por los funcionarios norteamericanos perpetrará algunos atentados en la ciudad. UN típico modus operandis, digno de la CIA. La explicación que le da Fowler acerca del accionar de EEUU en el ámbito internacional, es más actual que el pan. La preferencia que los servicios secretos deben alentar a favor de la facción que en apariencia parece querer transigir con el poder extranjero (en este caso la guerrilla de The), a la cual cree manejar y que tanto en la ficción como en la realidad siempre acaba por traicionarlos y combatirlos (recuérdese a Osama Bin Laden). Este hecho aunado a las oscuras intenciones de quedarse con Fuong, generarán en el viejo Fowler un odio especial contra Pyle. La actuación de Michael Caine en la película es formidable en su desesperación por no perder a su concubina y la escena de confrontación con Pyle después de que ésta huye con él es magnífica.

Otro aspecto que resalta es justamente la idea que tanto Fowler como Pyle se hacen de Fuong. Ambas arbitrarias. Ambas tamizadas por su carácter exótico y objeto del deseo. Una visión extranjerizante que parece estar un poco más sustentada por parte de Thomas, quien lleva algunos años con ella, pero que en el fondo, como confiesa, escapa en los velos de sus misterios tan profundos como los desvelos que le proporciona el opio.

Thomas es además un hijo absoluto de las guerras mundiales (transfigurado en narrador recurre mucho a las comparaciones entre los atentados en Vietnam y los bombardeos alemanes sobre Londres), pues a las esperanzas pueriles de Pyle siempre opone su desencanto y su ateísmo. Demasiado consciente de sus posibilidades y la latencia de la muerte asomando a la vuelta de la esquina. El retrato que el narrador nos hace de Pyle, por el contrario, nos refresca las noticias internacionales de los últimos años: ante el avance cada más tangible del imperio gringo sobre el mundo luego del 11/09, lo cual hace más actual esta excelente novela escrita en los años 50.

Por si no lo habíamos dicho, El americano impasible parte de un hecho desencadenante: el asesinato de Pyle a manos, según el comisario francés Vigot, de un amante desengañado. Descubrir al verdadero asesino y sus motivaciones es parte de la tarea del lector.
 
Y MIENTRAS TANTO... EL PULSO SIN DESCANSO, EL PULSO SIN DESCANSO...

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Nombre: Franco
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FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas. CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.

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