materiaverbalis
16 de marzo de 2009
 
MICHEL Y BRUNO

Michel y Bruno son hermanos de madre. Ambos están marcados por el abandono de ésta. Ambos están perdidos, fríos, destruidos, carcomidos por los avatares de su tiempo. Ambos son producto de la sociedad de consumo europea. Ambos en suma están locos. Michel es un investigador que corre entre la física y la botánica. Trata de explicar la tragedia del hombre moderno recurriendo a los protones, la física cuántica y el ADN en una mezcla que solo lo presenta como un hombre incapacitado para relacionarse y amar a alguien del sexo femenino. Bruno es un profesor de literatura que gasta su tiempo masturbándose y recordando sus pasadas humillaciones.

Hace un tiempo postee algo sobre la pela en que se basaron los alemanes para recrear esta ficción del francés. Recién conseguí el texto... Copio tres intensos fragmentos:

Esa misma noche encontró una foto tomada en su escuela primaria de Charny; y se echó a llorar. El niño, sentado ante el pupitre, tenía un libro de clase abierto en las manos. Miraba al espectador sonriendo, lleno de alegría y valor; y este niño, por incomprensible que pareciese, era él. El niño hacía los deberes, se aprendía las lecciones con una confiada seriedad. Entraba en el mundo, descubría el mundo, y el mundo no le daba miedo, estaba dispuesto a ocupar su lugar en la sociedad de los hombres. Todo esto se podía leer en la mirada del niño.

Una tarde de diciembre, Bruno se sentó junto a Caroline Yessayan para ver Nosferatu el vampiro. Cerca del final, después de pensárselo más de una hora, puso suavemente la mano izquierda en el muslo de su vecina. Durante unos segundos maravillosos (¿cinco?, ¿siete?, seguro que no más de diez) no ocurrió nada. Ella no se movía. Bruno sintió un calor inmenso, estaba al borde del desmayo. Luego, sin decir una palabra, sin violencia, ella le apartó la mano. Mucho más tarde, casi siempre que alguna putita se la chupaba, Bruno recordaba aquellos segundos de aterradora felicidad; también recordaba el momento en que Caroline Yessayan le había apartado suavemente la mano. Había en aquel chiquillo algo muy puro y muy dulce, anterior a cualquier sexualidad, a cualquier consumo erótico. El simple deseo de tocar un cuerpo amante, de que lo estrecharan unos brazos amantes. La ternura viene antes que la seducción, y por eso es tan difícil desesperar.

¿Por qué tocó Bruno aquella tarde el muslo de Caroline Yessayan, y no su brazo? Probablemente ella lo habría aceptado y tal vez hubiera sido el principio de una hermosa historia; justo antes, en la cola, ella le había dirigido la palabra para que a él le diese tiempo a sentarse a su lado, y había puesto la mano sobre el brazo de butaca que los separaba; y de hecho hacía tiempo que se había fijado en Bruno, que le gustaba mucho, y deseaba vivamente que aquella tarde él le cogiera la mano. Quizás porque el muslo de Caroline Yessayan estaba desnudo y él no pensó, en su ingenuidad, que pudiera estarlo en vano. A medida que Bruno se hacía mayor y recordaba con disgusto los sentimientos de su infancia, se depuraba el núcleo de su destino; todo se veía a la luz de una irremediable y fría evidencia… Sin embargo, no había sido cosa de Caroline Yessayan como persona… Si todo había caído en un vacío desolador, era por culpa de un detalle mínimo y grotesco. Treinta años más tarde, Bruno estaba convencido; dando a los elementos anecdóticos de la situación la importancia que habían tenido en realidad, la situación podía resumirse así: la culpa de todo la había tenido la minifalda de Caroline Yessayan.

(…)

El viernes 11 de junio llegó con una faldita negra; las clases acababan a las seis. Ella estaba sentada en la primera fila. Cuando cruzó las piernas debajo de la mesa, me faltó un pelo para desmayarme. Ella estaba al lado de una rubia gorda que se fue en cuanto sonó el timbre. Me levanté y puse la mano sobre su carpeta. Ella se quedó sentada, no parecía tener la menor prisa. Salieron todos los alumnos y el aula se quedó en silencio. Yo tenía su carpeta en la mano, hasta podía leer algunas palabras: “Remember... el infierno...” Me senté a su lado, volví a dejar la carpeta en la mesa, pero no conseguí hablarle. Estuvimos así, en silencio, durante un minuto por lo menos. Varias veces miré sus grandes ojos negros; pero también veía sus menores gestos, la más mínima palpitación de sus pechos. Estaba medio vuelta hacia mí y entreabrió las piernas. No recuerdo haber hecho el siguiente gesto, tengo la impresión de que fue un acto semivoluntario. Un instante después, sentí su muslo bajo la palma de mi mano izquierda, las imágenes se confundieron, volví a ver a Caroline Yessayan y casi me muero de vergüenza. El mismo error, exactamente el mismo error al cabo de veinte años. Como con Caroline Yessayan veinte años antes, pasaron unos segundos antes de que ella hiciera algo; se había sonrojado un poco. Luego, con mucha suavidad, me apartó la mano; pero no se levantó, no hizo el menor movimiento para irse. A través de la ventana enrejada vi a una chica atravesar el patio y apresurarse hacia la estación. Con la mano derecha, me bajé la cremallera de la bragueta. Ella abrió los ojos de par en par y me miró el sexo. De sus ojos emanaban vibraciones cálidas, me podría haber corrido sólo con la fuerza de su mirada, y a la vez era consciente de que ella tenía que esbozar algún gesto para convertirse en cómplice. Mi mano derecha se acercó a la suya, pero no pudo llegar hasta el final: con un gesto implorante, me cogí el pene y se lo ofrecí. Ella estalló en carcajadas; creo que yo también me reí, a la vez que empezaba a masturbarme. Seguí riendo y sacudiéndomela mientras ella recogía sus cosas y se levantaba para irse. En el umbral de la puerta se volvió para mirarme por última vez; yo eyaculé y no vi nada más. Sólo oí el ruido de la puerta al cerrarse, de sus pasos que se alejaban. Estaba atontado, como bajo el efecto de un gigantesco golpe de gong. Aun así, logré llamar a Azoulay desde la estación. No recuerdo en absoluto el regreso en tren, el viaje en metro; me recibió a las ocho. Yo no podía dejar de temblar; él me puso una inyección calmante de inmediato.

Las partículas elementales, Michel Houellebecq (1998)

PD El buen Bruno quiere afanar a una flaka en un seminario y ocurre lo siguiente

 
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mandame el libro en pdf.
 
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FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas. CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.

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