Hace ya un buen tiempo escribí algo sobre Pet sounds (1966) un disco de los Beach Boys que digamos era el antagonista de ese otro disco conceptual de los años 60 (que en realidad era una suerte de afán de superación del disco de los chicos de California): el Sargent Peppers (1966).
Ahora debo agregar uno más que me parece completa el radio de tendencias de esa época de profunda experimentación. Los tres y cada uno por su lado exploran un rollo muy personal (hechos y pensados por una sola persona) sobre todo el Pet Sounds (realizado y orquestado por Brian Wilson, quien finalmente se loqueó) y este maravilloso disco inicial y fundador de Pink Floyd (pensado y alucinado, esto textualmente, por Syd Barret): The Piper at the Gates of Dawn (1967). Es extraño que estas cimas fueran productos musicales de dos músicos llevados luego a la locura. Quizá ya estaban locos. Quién sabe. El límite siempre difuso de las cosas. Aunque este disco de Pink Floyd y el Sargent de los Beatles se grabaran en el mismo estudio, el mítico Abbey Road. Coincidencias.
El The Piper at the Gates of Dawn es un disco alucinante en todo el sentido de la palabra. Como por algún lado escuché / leí: si el Sargent es una exploración alucinada de sonidos y cosas raras, la pasabas bien con ese disco, y si el Pet Sound era el paraíso de los sonidos corales que te daban ganas de hacer el bien, entonces el disco hecho con el sello de Syd Barret avanza hasta la locura de todo lo que los otros dos solo barruntaron en lo musical. Con Barret puedes intuir la locura, la inocencia de estar loco. Puedes acercarte al mal, al reino de las alucinaciones. Allí donde los niños mezclan la inocencia y la crueldad. El Piper es la propuesta misma de la psicodelia, de eso a lo que mis viejos (y muchos otros señores: abuelos actuales) llamaban: música loca. A pesar de que era la música de su generación. Cosa que siempre me va a llamar la atención. Y yo ahora he descubierto junto a mi hijo este disco. Porque es verdad lo hemos descubierto juntos. Lo descubrimos todos los sábados en la mañana, mientras me ve tocando la air guitar. Y en las noches antes de dormir, mientras él mira con insistencia la luz azul que lanza la radio en la oscuridad o la luz naranja de los postes sobre el tapiz rojo de mis muebles. Un disco que nos une y nos unirá. Un disco loco, juguetón, perverso, inocente, y que invita, invita a alucinar en una habitación llena de sonidos como cierra el coro de The Bike y como lo hizo el primer líder de Pink Floyd, Syd Barret, al recluirse en la habitación de la casa de sus padres o como lo hizo Kenneth Grahame, autor del libro para niños The Wind in the Willows (1908), cuyo séptimo capítulo "The Piper at the Gates of Dawn" inspiró el título del álbum debut. Kenneth Grahame después de ganar algún dinero con la venta de sus libros, dejó su soso y odiado empleo de bancario para retirarse al río Thames, a una casa country como hacen los personajes de su libro. Extraño. ¿Raro no?
Si Syd Barret adoraba ese libro porque era parte de su propia niñez, entonces ¿es que acaso los libros nos definen?
En realidad el Piper está hecho a la medida de Barret, y luego ya perdido por la locura y las drogas, fue invitado a salir de Pink Floyd, así que Syd no es parte de toda la larga historia posterior. No me voy a poner a contar su leyenda, su adicción a las drogas, al LSD, su reclusión en la casa de sus padres, su gordura y su aparición fantasmal en unas grabaciones de Pink Floyd, gordo y con las cejas afeitadas, ni las diferentes aluciones que en sus posteriores discos hacían sus ex compañeros de ese lunático, porque muchos la conocen.
Quizá para entender su historia en su verdadera dimensión habría que escuchar varias veces el Piper o sus sencillos y discos como solista, el increíble The Madcap Laughs (cuántos ecos posteriores se escuchan ahí, cuánta posteridad), que lo tengo flechado en el corazón (Octopus, Here I Go, Dark Globe, Feel), pero esa es otra historia. Varias cosas me suscita escucharlo, recuerdo a todas las personas cerca de mí que en algún momento han sido tocados por la locura o que aún están poseídos por ella. Los entiendo. Toco sus contornos. Cuando Barret habla de ella, atrae. Nunca la nombra, es solo un juego de palabras y de sonidos, de rimas. Pero allí está: always sitting by your side, always by your side… You're the left side. He's the right side.
Y hacia el final en The Bike, Barret nos invita a entrar a una habitación (¿sería su habitación?) quizá anunciando su encierro:
I'll give you anything, everything if you want things.
I know a room full of musical tunes. Some rhyme, some ching, most of them are clockwork. Let's go into the other room and make them work.
¿Cómo será ese lugar? ¿Te has detenido a pensar? Esa habitación llena de tonos musicales donde está el gato Gerald, que no tenía nombre, Barret le puso uno. Gracias Barret, Vicente y yo le seguiremos llamando Gerald. He's a good mouse. Un poco viejo pero es un buen gato, cómo no. ¿Y si el que se hubiera quedado encerrado hubiera sido yo, seguiría llamándolo Gerald? Ese lugar en el que te podría dar todas las cosas solo si tú las quisieras. Ese lugar donde habita Ginger, Ginger la bruja. Y el gato Lucifer Sam está a su lado, navegando por el mar. Lazzing in foggy dew. Donde el gnomo Grimble Crumble, chupa su vino con su túnica escarlata. Porque music seems to help the pain y entre gemidos diré: doctor kindly tell your wife that: I'm alive! Flowers thrive! Realize!, realize!, realize!
En todo caso, consuélate como yo:
Look at the sky, look at the river. Isn't it good?
¶ 12:25 p. m.
FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas.
CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.