–¿Nunca has sentido que estás en el lugar equivocado? Y que a pesar de saberlo no puedes hacer nada para cambiar esa situación –preguntó Muñoz, pero se interrumpió al ver el rostro de sorpresa de Marie. Se acercó al velador y cogió un cigarro que Muñoz encendió para ver el mismo efecto de combustión que minutos antes sintió en lo profundo–. Para ponerlo más simple, ¿nunca has sentido que has nacido en el país equivocado, rodeado de las personas incorrectas, haberte criado con la familia incorrecta, haberte casado y amar a la mujer equivocada, estar en el lugar equivocado? En suma, vivir la vida equivocada y sin embargo sobrevivir. –Eso me pasa todos los días –respondió Marie dándose vuelta y dejando al descubierto su espalda y sus nalgas.
Muñoz no se cuestionó ese repentino gesto de dolor, como un modo de autodefensa, una forma de eludir una discusión, quizá descubrir algo incómodo que arruinara el momento que ya tenía, o simplemente ese día mantuviera el mismo tono el idilio que desde un par de meses guardaban. Ahora ambos estaban desnudos, vulnerables y después de ese diálogo, abandonados el uno sobre el otro, y a pesar de todo ausentes.
–Si quieres te puedes quedar –dijo Muñoz, buscando en la oscuridad de su piso el traje de la mañana. Con la pasión había deshecho el nudo de la corbata y tardó varios minutos en abotonarse la camisa. Marie no respondió y permaneció de lado. –¿Puedes ayudarme? –sugirió, pero ella seguía ignorándolo. Muñoz se acercó y la sacudió. –¿Puedes ayudarme? –No aprendes, nunca aprenderás –respondió Marie restregándose los ojos. –Es inútil.
Cuántas veces se había propuesto enseñarle a hacerse el nudo de la corbata. Cada vez que lo intentaba fracasaba y Muñoz se sometía a sus recriminaciones. El que había llevado una carrera y que de su pericia dependían las vidas de tantas personas, no sabía hacerse un nudo, le llamaba la atención desde la cama. Desnuda, se apretaba contra él, subiendo y bajando, ondulando las caderas, mirándolo a los ojos trazaba con sus manos los lazos que después de dos giros y un apretón armaban el nudo perfecto debajo de la nuez. Después le daba un beso, colgada de su cuello, apretando los senos contra su pecho. ¿Viste? ¡Sin mirar!, exclamaba y corriendo se volvía a esconder entre las sábanas. Muñoz entonces se sentía profundamente infantil e inmaduro. Era evidente que existía un motivo interior por el cual nunca había aprendido a hacerse el nudo de la corbata. Quizá como alguna vez le reveló Albertina, era un adolescente: un adolescente anticuado y caprichoso, extremadamente solo, encerrado en su habitación, soñando con alguna mujer que definitivamente no era ella ni su esposa. Ahora que finalmente se había convertido en un hombre maduro, sin embargo, en el fondo, seguía siendo el mismo chico anticuado y caprichoso, extremadamente solo, encerrado ya no en una habitación, sino en un mundo que fungía de hospital, con enfermos y condenados.
Marie le daba oscuramente la razón desde la cama, mientras él se cepillaba los dientes: claro, piensa en un bebé, cierra los ojos, en qué piensas: es puro, libre e inocente, en cambio los adultos son una mezcla de tristeza y fobias. Pero tú no Marie, pensaba Muñoz, tú eres perfecta. La única capaz de quitarme el disfraz de hombre abandonado para salvar al chico solo. Quizá todo es menos complicado que hacerse el nudo de la corbata. A veces elegir el nudo adecuado depende del estado de ánimo o de la facilidad que se tenga en ese momento para complicar el dibujo, el enlace entre un movimiento y el otro. Si se tiene tiempo y pericia, el nudo cruzado es perfecto, porque es elegante, aunque difícil de hacer. Si se tiene una corbata gruesa, de seda tejida, por ejemplo, y un cuello ajustado, el nudo doble simple con su característico segundo pase. Cualquier forma es buena, cualquiera, con tal de que no le hagas un nudo a mi corazón.
(Extracto de Me he puesto el traje aquel)
¶ 12:48 p. m.
FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas.
CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.