Cuántas veces desde la azotea, rodeado de colillas de cigarros, pelusas y ropa sucia de los otros departamentos, ha visto sus senos dando tumbos, su pierna izquierda posarse sobre el primer escalón, el muslo entreverse bajo la falda. No pierde el deseo de poseer a una mujer así. Pero deberá dejar de mirarse al espejo y soñar que es alguien que no es él, alguien capaz de acercarse a Marie sin temor y meterle la mano debajo de la falda, introducirle los dedos en esa cavidad húmeda para después enjuagárselos en su boca. Otro que no es Frede se baja el pantalón en un lugar público y ella, como siempre ha soñado, todavía ataviada, con el vestido floreado, el collar de perlas falsas, las medias de nylon, algún sombrero inmenso de esos anacrónicos que a Marie tanto le gustan, se deje amar con furia como Frede sabe solo puede amar, hiriendo un poco, porque también él está herido, aunque eso tampoco lo sabe, solo piensa que algo por dentro no funciona bien, algo dentro de él está descompuesto, quizá mucho está abusando del baño cuando se desnuda para masturbarse, mirándose otra vez en el espejo, imaginando a Marie mientras se masturba sobre el inodoro con los zapatos de su madre (...)
Frede corre ahora hasta su habitación llevándose el tocadiscos de su padre y a todo volumen canta frente al espejo con su traje F… de femenina. Te llevas las manos a las sienes imitando a Adamo. Esas patillas inmensas y los gestos faciales que no son los de Sergio, Darío y todos los demás evangelistas, cuando recuerdan cómo Marie mueve el culo, qué suave debe ser hundir la lengüita en su chuchita. ¿Y el viejo? Que se corra la paja. Y tú Frede, qué le harías. Yo la amaría, piensas. Me la tiro, dice sin mirar a nadie, agarrando un chanchito y estirándolo hasta partirlo por la mitad. Un hilito le cuelga del medio de su cuerpo de insecto invertebrado, clase de biología. ¿Por qué no eres como todos y te enamoras de una chiquilla de tu edad, Frede? Por qué justo debe ser Marie. ¿Acaso eres normal Frede? Por qué tienes que enamorarte para después masturbarte frente al espejo, estirando tus piernas, elevando los tacones hasta la altura de tu cabeza. ¿Por qué no sacas a bailar a la amiguita de Darío que te está haciendo un guiño? No te das cuenta que le gustas. Pero eres siempre tan huraño. Y te abrazas a tus amigos y saltas mirando el reloj, burlándote de los evangelistas. Y sin que nadie te vea le robas un vaso de cerveza al dueño de la casa. Y te lo bebes como hace tu padre, de un solo golpe, uno y otro, y dices lisuras y todos te quieren golpear, la señora te quiere jalar de las orejas porque eres un grosero. Eres el único que fuera puede hablar con el mar de espaldas al Cristo que mira el mar, empotrado en la pared como un cíclope. No es él quien podrá comprenderte, sino ese otro mar que te habla con su lenguaje de piedras arrastradas, hasta en sueños escuchas cómo te cuenta tu futuro. Lo perdonas porque no lo sabe todo, no te puede decir por ejemplo si Marie te ama, o si Alberto está todavía vivo. No es un pecado, te dice tu madre, tú que eres el hijo y el hermano de un ateo, tú que estás solo masturbándote con una sonrisa, agitando las sábanas salvajemente, y ya no te sale nada, estás seco de tanto ilusionarte. De soñar sus pantorrillas, el ombligo inmaculado en medio de la matriz. Quisieras reír porque la ilusión te sale hasta por las orejas.
FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas.
CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.