Quizá para ser más claro si pienso en lo episódico, debería hablar de lo fragmentario, en una narración cambiante y caprichosa, caótica. En la que lo único que aglutine las partes sea el YO, un narrador lo suficientemente enraizado que estructure en el caos una narración y que confunda su yo ficcional con la persona de carne y hueso. Pienso en esto después de releer Trópico de Capricornio. Solo Henry Miller puede hacer eso. Y lo hace porque es americano, es gringo. Y solo una individualidad de ese tipo puede fructificar en la tierra de Walt Whitman (otro narcisista democrático) y zurrarse en el orden. Alguien que pueda despotricar contra todo para acabar siempre en el YO. Resulta lógico y en ese orden caótico puede ser hasta coherente. Por eso resulta muy actual que refiriéndose a los serial killers (en marzo estrenan Dexter en AXN, atención), Henry diga: Siempre ocurre lo mismo con las personas pacíficas. Un día les da la locura homicida. En América ocurre constantemente. Lo que necesitan es un desahogo para su energía, para su sed de sangre. América es pacífica y caníbal. Por fuera parece un hermoso panal de miel; por dentro es un matadero, en que cada hombre acaba con su vecino y le chupa el tuétano de los huesos…; en realidad es una casa de putas dirigida por mujeres, en que los nativos del país hacen de chulos y los malditos extranjeros venden su carne.
Miller es tan individualista (como intuyo solo podría ser un estadounidense) que cree ser una persona non grata en su lógica y caos propio: Si optas por incorporarte al rebaño, eres inmune. Para que te acepten y te aprecien, tienes que anularte, volverte indistinguible del rebaño. Puedes soñar, si sueñas lo mismo que él. Pero si sueñas algo diferente, no estás en América, no eres un americano de América, sino un hotentote de África, o un calmuco, o un chimpancé. Henry Miller denuncia la naciente industria del consumo que parece lanzar sus tentáculos sobre los individuos, donde todo es escaparate y mall. Miller imagino (mismo Magneto) está de brazos cruzados sobre la avenida Broadway en NY y reclama el mundo idealizado y feliz de su barrio de la infancia (en esto me hizo recordar al Philip Roth de Pastoral Americana y La conjura contra América, aunque tipos como Miller serían los que deseaban matar a los judíos): La vida pasa a la deriva por el escaparate… también soy yo parte de la vida, como la langosta, el anillo de 14 quilates (…) Los almacenes Bloomingdale, por ejemplo, son símbolos de enfermedad y vacío.
Sobre la renovación y destrucción de la vida comunitaria, sentencia Miller como suele hacer, como un reverendo fanático del sexo y el YO: En América, aunque hay vestigios, se borran, desaparecen de la conciencia, quedan pisoteados, arrasados, anulados por lo nuevo, lo nuevo es, de un día para otro, una polilla que devora la trama de la vida, dejando al final solo un gran agujero… En América la destrucción es completamente aniquiladora. No hay renacimiento, solo un crecimiento canceroso, capa tras capa de tejido nuevo y ponzoñoso, cada una de ellas más fea que la anterior.
Y como dato conocido pero añadido, Miller es un mañosón, así que para toda esa gente mañosona jajajaja cheken la pela que Kauffman hizo con Uma Thurman en el papel de femme fatale en Henry y June. Curiosidad: ¿cómo un pelado podía alzarse tantas flacas? Lección: el sex appeal no es cuestión de pelos. Una escena en italiano sobre cómo escribir: Miller vs. Nin.
Esa sordidez americana tiene también su raiz en el s. XIX. Piensa-además de los canónicos- en gente como la Wharton, que escribía con el guante ensangrentado. El mundo soleado de la infancia no es lo único que termina por envilecerse.
Suena un poco extraño, eso que dice usted. En el caso de Miller me parece no había un trasfondo tan académico, como probablemente a usted le guste elucubrar. Más bien yo creo que quizá algunas personas son viles y psicóticas, mucho más allá de la infancia y por eso tienen la suerte que los ampara.
FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas.
CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.