LA GRAN JAULA
Acabo de terminar de leer una novela que un amigo remoto de mis primeros años fuera de la univ. me alcanzó y que no leí, porque, bueno, en esas épocas me consideraba superior en todo sentido a todos los que escribían allá por el remotísimo 1998 (poetas incluidos). Esto ocurrió en
La República donde laboré un tiempo. Es más Ricardo me jugó un libro que salió ese mismo año (ya no recuerdo el título:
Las lecciones del agua? o algo así) y que contenía cuentos folklóricos y algunos silogismos que en su momento me parecieron pintorescos. Junto a este libro me regaló otro que había publicado un par de años antes en el 96. Muy soterradamente algunos compañeros me dijeron que el libro fue criticado fieramente por
Pedro Escribano, en la sección cultural del diario. Nunca pude comprobar si esto fue verdad o no. Tampoco lo había leído para dar una opinión. Más bien lo quise leer y como no era cortazariano (aquellos años en la PUCP pesaban), lo desdeñé.
Agradezco haberlo cogido de un lugar expectante en mi biblioteca personal hace un par de días. Lo digo porque a pesar de todo, a mí
El periodista (Arteidea, 1996) de Ricardo Vírhuez, me ha gustado. Es una novela que se lee fácilmente, en especial la voz del periodista escritor testigo que nos narra su historia como trasfondo de la narración moral de otro muchacho incomprendido en
Iquitos, cuyo
“imperativo moral” lo lleva a asesinar a un mal periodista. Éste es el meollo de la novela.
Aquí interrumpo mi apreciación de
El periodista para revelar lo paradójico y profético que a veces es el destino. Esas jugarretas que a veces parecen ordenar nuestra vida y quizá más significativo aún, nuestras lecturas. Digo que la ficción de Vírhuez me gustó porque incluso dejé por un par de días
El príncipe de los caimanes de Roncagliolo (estuvo de oferta en
Metro –sí Metro jejeeje- por 15 soles) y encuentro una coincidencia entre ambas. El espacio de la selva es nuclear en ambas y esa descripción apocalíptica (por inmoral) de una ciudad como Iquitos. Incluso pensé en
El cuerpo de Gulia-no de
Eielson, que aunque no tenga un espacio definido dentro de la selva, si está ambientada en ella, y tiene como personajes a indios de la zona. Quizá por sus eventos específicos que en la novela de Vírhuez y la de Roncagliolo (también, cómo no, la de Eielson) se enumeran o solo se mencionan, la selva es otro poderoso microcosmos para que un escritor desarrolle un buen laboratorio literario sobre nuestro convulsionado país. Como lo hizo Arguedas con Abancay y Chimbote, sobre todo de este último pueblo convertido en mega ciudad.
El periodista por ejemplo se regodea en la denuncia social y política dicha abiertamente y sin mucho tratamiento estético, pero a la vez entiendo que es una opción a la que muchas veces el ambiente social de este país empuja de manera brutal. Hace unas semanas
Perú 21 puso en primera plana un informe venido de los EEUU en el que se aseguraba que
Sendero volvía a hacerse fuerte y que amenazaba con fortificarse como en los 80. La semana pasada en
Puno se dio un extraño atentado, con una saña espantosa, y se habló de un rebrote senderista. Y al leer
El periodista por ratos evidente en su concepción dostoievkiana de un hecho policial (la escena final de la rata es una buena reelaboración del mismo suplicio al que es sometido –pero directamente en la cara- el protagonista de
1984 de
Orwell), no puedo dejar de relacionarla con el Miguel enamorado de la prostituta Miluska en Iquitos (El príncipe...) y esa apuesta que sin haber vivido y nunca pisar Iquitos hace de la novela de Roncagliolo, superior, en ese sentido, a
Pudor.
Hay una frase idea muy buena en las primeras páginas de El príncipe… en la que se compara a la selva con la más grande jaula creada por Dios, donde los hombres están condenados a dar vueltas, perdidos. ¿Esa gran jaula es el Perú?