El entierro de una ex amante, el fin de siglo y una buena dosis de moralina son los ingredientes de esta interesante (a pesar especialmente del último ingrediente) novela de
Ian McEwan, con todos los componentes propios de esa flema inglesa siempre regida por los modales y las buenas costumbres, incluso en la muerte, en los ritos fúnebres, en el odio, así como en el crimen. Al menos eso ocurre con los dos protagonistas de
Amsterdam (1998), novela tan moral como
La naranja mecánica de
Anthony Burgess, quizá una de las obras más conservadoras a pesar de que trate de disfrazar su postura detrás de su violenta parafernalia (en el cine como en la literatura).
Amsterdam inicia con el encuentro de dos ex amantes (Clive Linley, músico, Vernon Halliday, periodista) en el funeral de la mujer a quien ambos amaron: Molly Lane. Los une el odio y la aversión contra el esposo de esta mujer, George, y otro de sus amantes Garmony, viceministro y futuro Primer Ministro inglés. Si quieren saber de qué trata la novela, os invito a visitar la página de
Anagrama (
http://www.anagrama-ed.es/titulo/PN_430). La trama no es aburrida, ni pesada, la prosa es limpia y lleva bien el tema de la introspección de ambos personajes principales, porque avanzadas unas cuantas páginas uno se da cuenta de que el problema no es Molly, como aparentemente al inicio se sospecha, sino la relación de amistad que el músico y el periodista tienen. La relación asimétrica que aparentemente ambos alimentan (la asimetría en el amor, por ejemplo, es algo de lo que siempre he querido escribir, así que en próximo post tendré algo listo). En lo personal me parece que lo que el autor propone es una evaluación
fine de siclé de los medios de comunicación, la cultura y la vida social en general, para ello se sirve de la confusa relación de estos dos amigos: la reflexión e indeferencia de un músico, enfrascado en terminar una obra que englobe precisamente el devenir de un siglo lleno de desdichas, como lo es el siglo XX, algo así como un Habermas ficcional y melómano, un cierto tinte metatextual de lo que el autor intenta, pero al final esta obra es fallida, quizá como el autor considera su pequeña obra.
Al mismo tiempo se desarrolla una intriga moral sobre la publicación de unas fotos que la difunta Molly tomó al viceministro en prendas femeninas y que han llegado a parar a las manos del viudo. Éste se encarga de hacérselas llegar a Halliday, director del diario
El Juez, quien se encuentra también en el dilema moral de publicarlas o rechazarlas. De ello depende su puesto. La simetría de las historias de ambos personajes principales es quizá el lado esquemático de
Amsterdam, quizá ése sea un problema y no un logro, pues se evidencian las costuras en el lienzo de la obra. El dilema moral del solipsista Clive es su indiferencia al ataque de un hombre a una mujer en un lugar apartado entre las montañas. La razón: encuentra en la voz herida de la mujer la clave perfecta para el cierre de su sinfonía (esto me recuerda a esos típicos ejemplos, lugares comunes, de la cultura frente a la inmoralidad o la maldad. Un melómano en este caso, o en
Apocalipsis Now cuando se bombardean las aldeas vietnamitas y el general encarnado en
Robert Duvall pone una sinfonía de Bethoven o de Mozart, ya no recuerdo, para derramar napalm). Clive prefiere apartarse de la escena y terminar de escribir su obra. Los resultados: la mujer es golpeada casi hasta morir. Y a partir de allí ya todo es resolución en la novela, así que me permitiré no revelarlo.
La estructura de esta novela me trajo a la memoria ese libro primordial:
Contrapunto de Aldous Huxley.
Amsterdam es como un
Contrapunto, más lacónico y dual, pues la novela del gran Huxley era mucho más rica. Digamos que McEwan se centra en dos notas y trata de jugar con esas dos notas, pintando también un fresco de lo que considera es nuestro siglo y para ello se sirve de la intriga política, periodística y la gran indiferencia del arte. Una idea: la novela se abre con un velorio y acaba con otro. Idea dos: en las intrigas todos los implicados salen mojados. Idea tres: el duelo decimonónico en la portada es una metáfora también del contrapunto de la novela, un contrapunto musical hecho de pistoletazos.
Amsterdam se lee a la velocidad de una bala.