materiaverbalis
8 de noviembre de 2006
 
LOS ÁNGELES DE ROBERT JOHNSTON



La música muchas veces va de la mano con los recuerdos. No hay mecanismo que desembrolle con mayor precisión el aparato de la memoria que la música. Recuerdos y una fuerte carga emotiva, eso es la música. Placer instantáneo y revolucionario, Poesía y movimiento. Un sin fin de activaciones se suceden en esa mezcla de sonidos.

Estas mismas activaciones nemotécnicas sostienen el hilo conductor en Blues de los sueños rotos (1995) del norteamericano Walter Mosley. La traducción del título es bastante libre, más cercana a alguna canción de Joaquín Sabina que al título original: RL’s blues. Cuchara, un anciano blusero en desgracia, Kiki, una joven vecina que lo recoge luego de ser desalojado de su casa y los recuerdos del anciano en el opresivo y faulkneriano sur americano, son los principales ingredientes de esta ensalada blusera de gran poder lírico en algunos momentos y de discurso social políticamente correcto.

Estamos ante una conjunción de historias que tienen como denominador común el dolor, que es la materia que igualmente mueve el blues. Cuchara está en sus últimos días de vida, un cáncer terminal lo va destrozando. Kiki huye de un pasado espantoso en el seno de su familia, el cual trata de aplacar mediante el alcohol. Cuando ambos se conocen, Kiki va cicatrizando la herida de un apuñalamiento y Cuchara agoniza por un dolor agudo en su cadera por un cáncer terminal. Luego de ser expulsado de su casa por funcionarios del Estado, Kiki recibe al moribundo anciano en la suya a pesar de sus ácidas negativas. Gracias al trabajo en el que se desempeña, la muchacha logra timar al Estado para que Cuchara tenga un número de seguro y pueda atenderse. Las desgastantes sesiones de quimioterapia se inician a la par de los flashbacks narrativos sobre la infancia de Cuchara, en la que se explican las razones de su vocación blusera. La razón que mantiene vivo al enfermo es registrar mediante sus recuerdos y el de sus compañeros de ruta sus días con la guitarra junto a Robert Johnston. El vehículo será siempre la música.

La vida en la que estos personajes se desenvuelven es extremadamente violenta. La mayoría de personajes son negros, la única blanca es la pelirroja Kiki. Su acercamiento a la gente de color también se explica por oscuros recuerdos de su infancia. Como ocurre en las novelas de Faulkner, pareciera que los negros son los únicos capaces de alguna emoción y por eso en los peores momentos de su infancia, es Hattie y su esposo Hector quienes la protegen de las aberrantes prácticas sexuales de su padre.

El fantasma de la violencia la seguirá hasta Nueva York. Para hacer el embauque de la ficha del seguro social para Cuchara, Kiki debe engañar a Fez, uno de los operadores de las computadoras, a pesar de que este blanco inmenso y sucio, ha violado a una amiga suya en el ascensor de su centro de labores: es decir, un tipo extremadamente peligroso. En la estética de Blues de los sueños rotos, cuando Mosley quiere mostrar su antipatía hacia algún personaje lo hace en gran forma, de ahí la descripción que hace de personajes como Fez o el padre de Kiki. A la par de la violencia, el tema del racismo es esencial y muestra su actualidad en algunos personajes que niegan el color de su piel como Randy, ocasional compañero de Kiki. La brutalidad extrema del racismo se muestra en el relato de la infancia del joven Cuchara Wise en la zona del Mississipi. El mundo del desenfreno del alcohol, las prostitutas negras, el trabajo de esclavos en los campos de algodón, y ese ritmo desenfadado que junto al alcohol podía exorcizar el dolor hasta hacerlo desparecer. Algunos mini relatos están bien llevados por la prosa líricamente contundente de Mosley.

En su infancia el azar lleva a Cuchara Wise a ser educado algunos años por dos solteronas y después fuga con su amigo / maestro: RL, Robert Johnston, un excelente guitarrista de blues, con quien recorre varias ciudades norteamericanas. RL representa el espíritu bravío y rebelde de esta música. Representa la única alternativa al sopor de la vida esclava sometida a los abusos de los blancos. El espíritu de la rebeldía y la libertad a cambio de una juventud breve y la extinción rápida de la vida. Por ello, RL le confiesa a Cuchara que él ha vendido su alma al diablo a cambio de ese talento con la guitarra y ese modo de vida en la música. Su misticismo es casi físico porque al perder un ojo y llevar uno de cristal, se ufana de que con ese ojo podía ver el mundo de los muertos. Cuchara lo sigue devotamente e incluso se casa con una ex mujer del músico, que también carga sobre sus hombros una profunda herida por la muerte de su único hijo en una inundación. Lo que sostiene a Cuchara es esa suerte de admiración que busca por todos los medios dejar esa vida aplastante de los campos.

La gran imagen de la novela y que por sí sola ilumina toda la ficción es una frase que la ex mujer de Cuchara le dice a Kiki sobre el blusero cuando se entera que está viviendo con ella: “Sí, es bueno, como un ángel es bueno. Pero nosotras no estamos hechas para tratar con ángeles, chica. Los ángeles atraen toda la maldad y el dolor del mundo. Miran cómo mueren los niños, eso es lo que hacen. Cogen todo el dolor y lo gritan. Los ángeles viven con el mal y con la muerte. Ese es su oficio. Los asesinos y los ladrones y los tiempos tan duros que hacen llorar sangre. Ahí es donde encuentras a los ángeles. Yo preferiría hacer de puta en estas calles que pasar una tarde con un ángel. Me mataría antes que compartir mi pan con un ángel”.

RL y Cuchara son ángeles de esa música.
 
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FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas. CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.

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