Travesuras de una Venus
Juro que cuando estaba a punto de terminar el primer capítulo iba a arrojar el libro a la basura. ¿Otra vez Miraflores? ¿Otra vez un Alberto de
La ciudad y los perros pilotea una ficción vargasllosiana? La música, los bailes, el barrio limeño abierto a las diferencias sociales y raciales asfixiantes de los cincuentas. Un Perú que ya desapareció, y que ahora despilfarra otros medios para marcar sus diferencias, como muy bien se encarga Ricardo Somocurcio de revelar en el penúltimo capítulo de esta novela de amor y aventuras, esta novela homenaje a
La educación sentimental de Flaubert y
La Venus de las pieles de Leopold Sacher Masoch. Qué tal “homenaje inverso” se manda Vargas Llosa en ésta su última novela:
Travesuras de la niña mala (2006).
Y es que a partir de la última página del primer capítulo hasta precisamente el regreso de nuestro protagonista a Lima,
Travesuras de la niña mala alcanza grandes momentos, en una sucesión febril de hechos y acontecimientos en la aburrida vida de Ricardo Somocurcio (nuestro protagonista) en París, su ciudad-hogar dorado, y la mefistofélica vida de la niña mala, mutante, cambiante, en constante actividad a través de las grandes ciudades del mundo (París, Londres, Tokio, Madrid). Las dos caras de una misma moneda. Los destinos unidos por el azar y el amor esclavizante que siente Ricardo por la falsa chilenita que se coló en su barrio cuando era un púber.
No sé como empezar a recordar todo lo que me suscitó esta novela. Lo primero creo que fue este breve rechazo y después unas ganas inmensas de devorarla y no soltar el libro. Tres días de lecturas entre el trabajo y el hueveo en casa. Dos noches despierto hasta las 00.30 am en cama, al lado de mi lámpara. La tuve que traer desde la sala y me torcí un pie con una maldita zapatilla tirada a medio camino. La leí mientras Angie roncaba. Primeras impresiones, las más obvias: el Perú como lugar indeseable para vivir y que tanto el protagonista como el marido francés de la niña mala se encargan de alucinar para una niña ambiciosa nacida en un estrato social pobre. La Lima de los cincuenta: ese festín de apariencias que la obligan a crearse un mito (ser chilenita) para conservar exotismo frente a la minusvalía del dinero y el status social. Eso es lo que hace la chilenita Lily (el nombre también es falso) para ser aceptada y es lo que tendrá que hacer en cada nueva etapa de su vida para escalar, arribar y no ser aplastada por la rutina burguesa que enquilosa (aparentemente) al buen Somocurcio, el niño bueno, así apodado por la falsa chilenita a quien después de mandársele por cuarta vez en una fiesta se le descubre de modo colectivo, como un rumor, la mentira. Lily y su hermana desaparecen del antiguo barrio, flageladas por la burla de verse descubiertas como dos pobres chicas de algún barrio miserable de Lima.
Sin mayores explicaciones, encontramos a Ricardo a partir del segundo capítulo ya convertido en un traductor freelance en París, con algunos recurrentes trabajos para la UNESCO, su mejor amigo es otro peruano que se gana la vida como ayudante de cocina en un restaurante y le ayuda en la recepción de los aprendices de guerrilleros venidos desde el Perú a cambio de comida caliente. Paúl es un importante militante del MIR en el Perú de los 60 y es el contacto extranjero de esta guerrilla idealista. A través de él se encuentra con la niña mala, transformada en aspirante a guerrillera. Somocurcio la reconoce y se vuelve a enamorar de ella perdidamente. La niña mala le propone quedarse con él a cambio de que se case con ella. Como ha sido enviada a París con el pretexto de despistar su destino final (Cuba) y su vida está en manos de la dirigencia de la Revolución Cubana, auspiciadores de la revolución peruana del MIR (hechos históricos muchachos, a agarrar sus libros de historia contemporánea), debe escapar a ese mandato. Somocurcio se lo consulta a Paúl, éste le aconseja que lo mejor que puede hacer es coronar un mal entrenamiento y regresar a París junto a él para hacerlo feliz. No hay forma de evadir el viaje a Cuba. La ex chilenita se embarca a la isla con la promesa del regreso. Obviamente esto nunca se concreta y hasta Paúl llegan los comentarios de otros peruanos sobre las correrías amatorias de la niña mala entre los altos mandos de la Revolución en La Habana.
La tónica de la relación (y de paso de la novela) es la siguiente: encuentro azaroso, idilio adúltero, desengaño y rompimiento. Una y otra vez. Ah y claro lo olvidaba, algo muy importante: la muerte trágica del contacto, la mayoría de las veces un amigo de Ricardo, por supuesto peruano, una manera de cargar de significado los lutos amatorios y el vacío en el que cada rompimiento, cada crudo desengaño, sume al triste, bueno y burgués Ricardo. Esto ocurrirá en las diferentes transformaciones de esta fascinante hembra. La ex chilenita, la ex guerrillera, la ex Madame Robert Arnaux, la ex Mrs. Richardson, la mujer de un mafioso japonés, etc. De esta manera, en esos nuevos encuentros la vida (tan fugaz, tan veloz) se irá consumiendo, de un desengaño al otro, de una humillación a la otra. Así como la infortunada vida de Moreau en La educación sentimental es una lenta sucesión de decepciones en su obsesión por la original y decimonónica Madame Arnoux (a quien nunca posee, cosa que sí hace Somocurcio), la propia lectura a la par de la desilusión de Moreau, de su vida burguesa vacía de grandes acontecimientos, fuera de su gran amor, es también lenta y parsimoniosa en
Travesuras de la niña mala la narración es vibrante y veloz, al ritmo de una modernidad acelerada e infernal, los acontecimientos se suceden con una rapidez que espanta y la apariencia del tiempo nos descubre al final del libro la decadencia del cuerpo frente a la perseverancia del amor del niño bueno.
Se trata de un homenaje a
La educación sentimental donde las características de la ficción son invertidas y si Moreau (el protagonista de la novela francesa) era igualmente engañado por Madame Arnoux, existía una escondida búsqueda de la juventud eterna y el claro propósito de esquivar las responsabilidades sociales. En cambio, Somocurcio es un burgués que parece asumir todas sus responsabilidades. Quien rechaza todo eso es más bien la niña mala, pues elude su destino y asume diversas identidades con tal de mantener su frescura, su belleza, su hallazgo de comodidades que solo lo material puede dar, alejada de la estabilidad aburrida que Ricardo representa. La niña mala es la reencarnación del Julien Sorel de
Rojo y negro más el Lucien de Rubempré de
Ilusiones perdidas en su arribismo desmedido y su falta absoluta de moral y escrúpulos por obtener lo que desea, en una clave inversa a la de Lucien, pues ella viene de la periferia latinoamericana a conquistar París y el mundo. Otros homenajes velados de índole flaubertiana son el fetichismo de Ricardo: el cepillo de dientes de la niña mala que el protagonista conserva, similar al fetichismo de Flaubert por los objetos de sus amantes: zapatitos, cartitas, etc.
Nada me gusta más que martirizarte, dice la niña mala, y Somocurcio responde:
Somos la pareja perfecta: la sádica y el masoquista. Lo que gobierna Travesuras de una niña mala es una clara relación de dependencia enfermiza entre Ricardo Somocurcio y la niña mala, que en el caso de ésta solamente podrá experimentar con el japonés Fukuda. Ella será la esclava frente al amo, aquella que es obligada a vejarse. Fukuda es el reflejo inverso de Ricardo Somocurcio (
Fukuda es poderoso y tú eres un pichiruchi), pues gobierna cada uno de sus actos como un demonio ante su puta en el Chateau Meguru, con sus polvos mágicos, su deseo por las flatulencias y la introducción de objetos en la vagina y el ano de la niña mala. En este punto se evidencian el desprecio que ésta siente por Ricardo, el engaño premeditado, el interés, su sadomasoquismo tan parecido al de
La Venus de las pieles de Leopold Sacher Masoch y las pulsaciones que hacen de ella en su coito con el niño bueno el objeto de deseo del voyeur que también es Fukuda, masturbándose frente a ellos. La huida de Ricardo, vejado y humillado por ese desprecio que se manifiesta en insultos por la mediocridad de su vida burguesa, la cruel y rutinaria vida de los lectores todos.
Dentro de la “discografía” de Vargas Llosa,
Travesuras de la niña mala pareciera balancearse entre su producción seria y de peso y aquella que le valió que lo llamaran Mario Vargas Rosa, lo rosa por sus novelitas rosas. De hecho frente a El paraíso en la otra esquina, esta novela es magistral. Tiene un humor chirriante y se lee de un tirón, manteniendo en vilo al lector. Si Vargas Llosa no ganó el Nóbel 2006 y Perú volvió a perder ante Chile (qué patético equipo tenemos) entonces hundamos la cabeza en otra ficción, la oreja en el parlante de alguna radio.