Los atávicos odios en el Perú: Lobos de marNo sé cuántos personas vieron
Lobos de mar. En estos días se viene emitiendo con inusitado éxito
La gran sangre. Las cifras parecen no mentir y esta nueva serie vuelve a poner a prueba al equipo de Miyashiro y Carmona. A diferencia de lo que viene ocurriendo a nivel rating con La gran sangre, cuando acabó de transmitirse
Lobos de mar (la inmediatamente anterior serie de la dupla) estaba claro que su baja teleaudiencia le había jugado una muy mala pasada. Algunas cosas saltan a la vista y son puntos de contacto entre
Lobos de mar y
La gran sangre, sobre todo a nivel estético.
Supongo estadísticamente,
Lobos de mar fue un fracaso. Yo la empecé a ver de casualidad y desde el primer capítulo casi no la solté. Los primeros capítulos estuvieron bien llevados, algunos memorables, hacia el final de la serie el voltaje empezó a decaer y el final fue malo, jalado de los pelos. Lo más interesante y que más llamó la atención fue la ficcionalización de las tensiones que agobian de manera endémica al Perú. Todos los ingredientes estaban presentes a manera de caricatura, es cierto, pero salvo ese exceso estos componentes fueron un acierto. Cuando se saben explotar las tensiones sociales en las ficciones nacionales, los resultados son siempre buenos, sino que lo diga el último ganador del Premio Alfaguara de Novela, Santiago Roncagliolo. Cuando se inició el barullo sobre su novela, las primeras imágenes que se me vinieron a la mente fueron precisamente las de
Lobos de mar.
La trama era bastante simple, propicia para enganchar. Un asesino en serie, una caleta pesquera, un gremio bien organizado de pescadores con un líder, una luchadora social curtida por la bilis, una mami de prostíbulo, un loco y un adolescente con retardo mental en diálogo poético frente al bravío mar de Pucusana, un alcalde corrupto, policías comprables, investigador chicha y un consorcio representado por un inmoral empresario, pieza clave de esa modernidad a cocachos que pretende siempre imponerse en este país con sus argucias para parecer angelical e indisctublemente provechosa.
Lo que más resaltaba en la serie era el modo en que interactuaban los personajes y que a pesar, reitero, de estar muchos de ellos sometidos a la caricatura, alcanzaban una eficiente demostración de cómo se dinamizan las relaciones sociales en el Perú. Bueno, dinamizar no es el verbo, digamos mejor: se entorpecen y colisionan. Claro, se trata de una ficción, pero justamente lo mejor está en esa mimesis. La representación caricaturesca no era perfecta precisamente porque el televidente preferirá siempre el personaje trazado lo más rápidamente posible, y la caricatura o el guiño popular lo hace posible. En Lobos de mar lo que las relaciones interpersonales denotaban era una exacerbada violencia. Los registros eran muchos y los motivos por los cuales estos odios se desataban eran nimios. El ingrediente racial era primordial, racial/económico: de ahí que el principal conflicto se diseñó sobre la base de el gremio de pescadores frente a los representantes del consorcio. Buenos vs. malos. Salvo que entre buenos o malos habían algunas dosis de intolerancia y violencia.
Con la irrupción de los crímenes, el núcleo de la trama se trasladará a los asesinatos en serie que en ese microcosmos de Pucusana desatará los odios y los miedos reprimidos. Nada más peligroso para una sociedad que el temor y los rencores desbocados. El asesino es también una caricatura de otros asesinos producidos en Hollywood, por ejemplo el de Seven, interpretado por Kevin Spacey, uno que parece jugar y divertirse con sus captores y además propone una estética del crimen plagada de mensajes subliminales.
Justamente la serie no podía esconder este último defecto producto de ambos excesos: la abusiva caricaturización de los personajes y esa copia chicha del cine norteamericano. Supongo son cosas del guionista. Si Miyashiro dosificara un poco su admiración a algunos referentes de la cultura norteamericana (al igual que su ego) le haría bien a sus proyectos. El resultado es bueno a pesar de lo dicho. Me quedo con algunas imágenes, corolarios excelentes que aumentaron el suspenso sobre todo al inicio. El lenguaje visual también fue bueno e intuyo ya se había puesto en juego en
Misterio, la serie anterior. La cámara siempre nerviosa y el hecho de cortar las escenas por segundos para dinamizarlas, le da su cariz personal. El hallazgo de la primera víctima en el puerto, envuelta cual pescado en periódico, era un excelente comienzo, sobrecogedor. Otro momento bien llevado fue el cierre de un capítulo en el que el personaje de Carlos Alcántara, un yuppie inmoral, propulsor del proyecto del consorcio, apunta con un arma a todos los pescadores en una sesión gremial.
Con
La gran sangre una nueva apuesta se ha puesto en juego. Esperemos supere a las dos anteriores tentativas.
(Ver imágenes en www.lagransangre.com)