materiaverbalis
25 de octubre de 2006
 
El viaje en el desierto de Buzzati



Casi de casualidad me he enterado que este año se cumple el centenario del nacimiento de Dino Buzzati (1906-1972), genial escritor italiano, a quien tuve el gustazo de leer en su lengua nativa hace ya unos años, aquella hermosa lengua de mis ancestros. Estuve a un ápice de subirme a un avión de Alitalia con destino a Belluno, Dino, y celebrarte con un buen vino y alguna Lollobrigida de grandes senos sobre mis piernas a modo de penitencia (qué penitencia). Digamos que mi feeling con el autor tiene varias razones de fondo (messagio, poetica, disegno). Il deserto dei Tartari (1940) es su novela más conocida, dada a la fama por la crítica francesa, y luego en 1976 recibió nuevo impulso tras la exhibición de la película homónima de Valerio Zurlini. Este film rodado en Europa e Irán contó con el apoyo del propio autor en la escenografía y otro grande: Ennio Morricone en la banda musical de la cinta (precisamente Ennio colaboró este año en el último disco de Morrissey, Ringleaders of the tormentors).

El día del aniversario 100 de Buzzati fue el último 16 de octubre, y en su tierra natal, Belluno, se celebraron desde 2 días antes espectáculos y homenajes en nombre de Dino y su obra. Incluso el mismo 16 se develó el francobollo commemorativo ''Centesimo nascitá Dino Buzzati'' al precio de 60 centesimi. La estampilla está acompañada de dos textos sobre Buzzati.



Como en el caso de la mayoría de escritores, Buzzati pasó por la facultad de leyes y terminó de cronista en el famoso periódico “Corriere della Sera” en el servicio de cronaca. Por esos años Buzzati esbozaba uno de sus temas esenciales. En verdad el gran tema suyo, esa dualidad espacial en la cual parecía dividir la vida: llano / montaña. Esa dualidad de la que está hecha efectivamente Il deserto… El otro gran tema se le reveló a los 14 años tras la muerte de su padre, el duro efecto de su pérdida aceitó su miedo / fascinación por la muerte. Ese revés temático que es la gran espera de la muerte: la vida.

La redacción de su novela más traducida, Il deserto..., se inicia aproximadamente en 1939, un año antes de su publicación. El título inicial fue La Fortezza, pero Leo Longanezzi (editor de una colección de libros “Il sofá delle Muse” de la editorial Rizzoli) lo convence de variarlo para evitar toda referencia a la guerra que era inminente (WW II). Ese mismo año es enviado como corresponsal de guerra a la Batalla de Capo Teulada e di Capo Matapan (me parece ambos mapas del excelente juego MAC basado en la WW II Call of Duty).



El gran motivo de la novela de Buzzati es la espera, la inconmensurable espera del momento decisivo. En el caso del Teniente Giovanni Drogo (ese es su nombre eh, no es una chapa), el protagonista, es la espera de la llegada de los tártaros, la lucha, el combate para el cual se ha estado preparando durante varios años de insulsa vida militar en la ciudad. En la constante repetición de las jornadas de cadete en esa espera del ascenso final a la montaña, a la Fortezza. De hecho Drogo llega a la montagne en la que se ubica la Fortezza militar, la novela inicia con los preparativos que Drogo realiza en la madrugada de ese día decisivo en su vida: Nominato ufficiale, Giovanni Drogo partí una mattina di settembre dalla cittá per raggiungere la Fortezza Bastiani, sua prima destinazioni.

Así como ocurre en Il deserto… la montaña es un elemento recurrente en la literatura de Buzzati. La montaña como lugar de purificación, un lugar que ha permanecido intacto lejos de la noche del tiempo y donde el hombre puede permanecer incólume. Precisamente parte de su infancia, Buzzati la pasó cerca o en las montañas de San Pellegrino, mientras que el llano era la “pianura vile” de la edad adulta. Algunos se refieren a que en esa dilatante espera de sus libros, Buzzati representa “mostri della normalitá, la deformazioni dell’uomo che ha smarrito la purezza originaria”. Al publicar Il deserto… Buzzati tenía 33 años y precisamente esa normalidad desesperante, esa deformación del hombre en la edad vil de las responsabilidades sociales y los compromisos de quien ha perdido esa pureza que lo hacía único, se presenta en toda su crudeza en Il deserto…, en ese pobre hombre ilusionado con la lucha con la que siempre soñó y que una vez llegada, ese demiurgo que es el autor cruelmente lo hace no partícipe de su sueño, enfermo y anhelante, siempre anhelante postrado en una cama. La fuga del tiempo es otro gran motivo de su obra y precisamente en esta novela es el germen de la enfermedad con la que la modernidad nos golpea en la cabeza todos los días. Sobre esto, Buzzati afirma haberlo vivido en la redacción del “Corriere della Sera”: ha visto i suoi colleghi invecchiare nell’attesa inutile di un miracolo scaturito dal rigido mestiere del giornalista che li isola nei confini di una scrivania. Il “deserto” del romanzo é proprio la storia della vita nella fortezza del giornale, che promete i prodigi di una solitudine che é abito e vocazione. Yo mismo he sentido esa espera del milagro, he visto envejecer a mis colegas, como en la novela, esos escritorios modulares tan modernos sí prometen prodigios, pero son los prodigios de la soledad que es hábito y vocación.

Además de la tortura de la fuga temporal, de esa vida perdida en algún lugar de ese valle desolado que es la vida adulta, la obra de este escritor esencial para la comprensión del Novecento italiano fue relegada al aislamiento e incluso al desprecio. Algunos consideraban su obra compuesta por “novellette fra la cronaca e la favola”. De los críticos Buzzati exclamaba: I critici, si sa, una volta che hanno messo un artista in una casella, ce ne vuole a fargli cambiare parere. Y la constante de su relación con Kafka, quien en su momento referían no solo lo influenciaba sino que Buzzati lo plagiaba. Dino lo denuncia con gracia y soltura: Da quando ho cominciato a scrivere, Kafka é stato la mia croce. Non c’é stato mio racconto, romanzo, commedia dove qualcuno non ravvisasse somiglianze, derivación, imitazioni o addirittura sfrontati plagi a spese dello scrittore boemo. Alcuni critici denunciavano colpevoli analogie anche quando spedivo un telegrama o compilavo un modulo Vanoni.

La edición Oscar Mondadori de Il deserto… que yo poseo lleva una ilustración del propio Buzzati, así como mi primera novela (que en italiano sería Il Viagio (film da trenta minuti) y que en español es El viaje (film de 30 minutos)) que con gran esfuerzo publicaré contra viento y marea, elementos naturales, infranaturales, sobrehumanos, extraterrestes, etc., El diseño de la portada es mío (la idea de la diagramación también) y en este centenario de Buzzati será el mejor homenaje que le puedo ofrecer a uno de mis maestros (¡cómo no!). Forza Italia Dino.

 
13 de octubre de 2006
 
Travesuras de una Venus



Juro que cuando estaba a punto de terminar el primer capítulo iba a arrojar el libro a la basura. ¿Otra vez Miraflores? ¿Otra vez un Alberto de La ciudad y los perros pilotea una ficción vargasllosiana? La música, los bailes, el barrio limeño abierto a las diferencias sociales y raciales asfixiantes de los cincuentas. Un Perú que ya desapareció, y que ahora despilfarra otros medios para marcar sus diferencias, como muy bien se encarga Ricardo Somocurcio de revelar en el penúltimo capítulo de esta novela de amor y aventuras, esta novela homenaje a La educación sentimental de Flaubert y La Venus de las pieles de Leopold Sacher Masoch. Qué tal “homenaje inverso” se manda Vargas Llosa en ésta su última novela: Travesuras de la niña mala (2006).

Y es que a partir de la última página del primer capítulo hasta precisamente el regreso de nuestro protagonista a Lima, Travesuras de la niña mala alcanza grandes momentos, en una sucesión febril de hechos y acontecimientos en la aburrida vida de Ricardo Somocurcio (nuestro protagonista) en París, su ciudad-hogar dorado, y la mefistofélica vida de la niña mala, mutante, cambiante, en constante actividad a través de las grandes ciudades del mundo (París, Londres, Tokio, Madrid). Las dos caras de una misma moneda. Los destinos unidos por el azar y el amor esclavizante que siente Ricardo por la falsa chilenita que se coló en su barrio cuando era un púber.

No sé como empezar a recordar todo lo que me suscitó esta novela. Lo primero creo que fue este breve rechazo y después unas ganas inmensas de devorarla y no soltar el libro. Tres días de lecturas entre el trabajo y el hueveo en casa. Dos noches despierto hasta las 00.30 am en cama, al lado de mi lámpara. La tuve que traer desde la sala y me torcí un pie con una maldita zapatilla tirada a medio camino. La leí mientras Angie roncaba. Primeras impresiones, las más obvias: el Perú como lugar indeseable para vivir y que tanto el protagonista como el marido francés de la niña mala se encargan de alucinar para una niña ambiciosa nacida en un estrato social pobre. La Lima de los cincuenta: ese festín de apariencias que la obligan a crearse un mito (ser chilenita) para conservar exotismo frente a la minusvalía del dinero y el status social. Eso es lo que hace la chilenita Lily (el nombre también es falso) para ser aceptada y es lo que tendrá que hacer en cada nueva etapa de su vida para escalar, arribar y no ser aplastada por la rutina burguesa que enquilosa (aparentemente) al buen Somocurcio, el niño bueno, así apodado por la falsa chilenita a quien después de mandársele por cuarta vez en una fiesta se le descubre de modo colectivo, como un rumor, la mentira. Lily y su hermana desaparecen del antiguo barrio, flageladas por la burla de verse descubiertas como dos pobres chicas de algún barrio miserable de Lima.

Sin mayores explicaciones, encontramos a Ricardo a partir del segundo capítulo ya convertido en un traductor freelance en París, con algunos recurrentes trabajos para la UNESCO, su mejor amigo es otro peruano que se gana la vida como ayudante de cocina en un restaurante y le ayuda en la recepción de los aprendices de guerrilleros venidos desde el Perú a cambio de comida caliente. Paúl es un importante militante del MIR en el Perú de los 60 y es el contacto extranjero de esta guerrilla idealista. A través de él se encuentra con la niña mala, transformada en aspirante a guerrillera. Somocurcio la reconoce y se vuelve a enamorar de ella perdidamente. La niña mala le propone quedarse con él a cambio de que se case con ella. Como ha sido enviada a París con el pretexto de despistar su destino final (Cuba) y su vida está en manos de la dirigencia de la Revolución Cubana, auspiciadores de la revolución peruana del MIR (hechos históricos muchachos, a agarrar sus libros de historia contemporánea), debe escapar a ese mandato. Somocurcio se lo consulta a Paúl, éste le aconseja que lo mejor que puede hacer es coronar un mal entrenamiento y regresar a París junto a él para hacerlo feliz. No hay forma de evadir el viaje a Cuba. La ex chilenita se embarca a la isla con la promesa del regreso. Obviamente esto nunca se concreta y hasta Paúl llegan los comentarios de otros peruanos sobre las correrías amatorias de la niña mala entre los altos mandos de la Revolución en La Habana.

La tónica de la relación (y de paso de la novela) es la siguiente: encuentro azaroso, idilio adúltero, desengaño y rompimiento. Una y otra vez. Ah y claro lo olvidaba, algo muy importante: la muerte trágica del contacto, la mayoría de las veces un amigo de Ricardo, por supuesto peruano, una manera de cargar de significado los lutos amatorios y el vacío en el que cada rompimiento, cada crudo desengaño, sume al triste, bueno y burgués Ricardo. Esto ocurrirá en las diferentes transformaciones de esta fascinante hembra. La ex chilenita, la ex guerrillera, la ex Madame Robert Arnaux, la ex Mrs. Richardson, la mujer de un mafioso japonés, etc. De esta manera, en esos nuevos encuentros la vida (tan fugaz, tan veloz) se irá consumiendo, de un desengaño al otro, de una humillación a la otra. Así como la infortunada vida de Moreau en La educación sentimental es una lenta sucesión de decepciones en su obsesión por la original y decimonónica Madame Arnoux (a quien nunca posee, cosa que sí hace Somocurcio), la propia lectura a la par de la desilusión de Moreau, de su vida burguesa vacía de grandes acontecimientos, fuera de su gran amor, es también lenta y parsimoniosa en Travesuras de la niña mala la narración es vibrante y veloz, al ritmo de una modernidad acelerada e infernal, los acontecimientos se suceden con una rapidez que espanta y la apariencia del tiempo nos descubre al final del libro la decadencia del cuerpo frente a la perseverancia del amor del niño bueno.

Se trata de un homenaje a La educación sentimental donde las características de la ficción son invertidas y si Moreau (el protagonista de la novela francesa) era igualmente engañado por Madame Arnoux, existía una escondida búsqueda de la juventud eterna y el claro propósito de esquivar las responsabilidades sociales. En cambio, Somocurcio es un burgués que parece asumir todas sus responsabilidades. Quien rechaza todo eso es más bien la niña mala, pues elude su destino y asume diversas identidades con tal de mantener su frescura, su belleza, su hallazgo de comodidades que solo lo material puede dar, alejada de la estabilidad aburrida que Ricardo representa. La niña mala es la reencarnación del Julien Sorel de Rojo y negro más el Lucien de Rubempré de Ilusiones perdidas en su arribismo desmedido y su falta absoluta de moral y escrúpulos por obtener lo que desea, en una clave inversa a la de Lucien, pues ella viene de la periferia latinoamericana a conquistar París y el mundo. Otros homenajes velados de índole flaubertiana son el fetichismo de Ricardo: el cepillo de dientes de la niña mala que el protagonista conserva, similar al fetichismo de Flaubert por los objetos de sus amantes: zapatitos, cartitas, etc.

Nada me gusta más que martirizarte, dice la niña mala, y Somocurcio responde: Somos la pareja perfecta: la sádica y el masoquista. Lo que gobierna Travesuras de una niña mala es una clara relación de dependencia enfermiza entre Ricardo Somocurcio y la niña mala, que en el caso de ésta solamente podrá experimentar con el japonés Fukuda. Ella será la esclava frente al amo, aquella que es obligada a vejarse. Fukuda es el reflejo inverso de Ricardo Somocurcio (Fukuda es poderoso y tú eres un pichiruchi), pues gobierna cada uno de sus actos como un demonio ante su puta en el Chateau Meguru, con sus polvos mágicos, su deseo por las flatulencias y la introducción de objetos en la vagina y el ano de la niña mala. En este punto se evidencian el desprecio que ésta siente por Ricardo, el engaño premeditado, el interés, su sadomasoquismo tan parecido al de La Venus de las pieles de Leopold Sacher Masoch y las pulsaciones que hacen de ella en su coito con el niño bueno el objeto de deseo del voyeur que también es Fukuda, masturbándose frente a ellos. La huida de Ricardo, vejado y humillado por ese desprecio que se manifiesta en insultos por la mediocridad de su vida burguesa, la cruel y rutinaria vida de los lectores todos.

Dentro de la “discografía” de Vargas Llosa, Travesuras de la niña mala pareciera balancearse entre su producción seria y de peso y aquella que le valió que lo llamaran Mario Vargas Rosa, lo rosa por sus novelitas rosas. De hecho frente a El paraíso en la otra esquina, esta novela es magistral. Tiene un humor chirriante y se lee de un tirón, manteniendo en vilo al lector. Si Vargas Llosa no ganó el Nóbel 2006 y Perú volvió a perder ante Chile (qué patético equipo tenemos) entonces hundamos la cabeza en otra ficción, la oreja en el parlante de alguna radio.
 
11 de octubre de 2006
 
MORRISSEY AND I



Y ya que hablamos de música, cómo dejar pasar otro disco maravilloso: Vauxhall and I (1994), para mí la propuesta musical más grande de Stephen Patrick Morrissey o simplemente el Moz, héroe musical de la vieja Inglaterra, provocador, amanerado, poeta, performance, vegetariano y, hoy por hoy, hombre entrado en años. Quizá en lo que a continuación vaya a asegurar sea polémico, pero en lo personal Vauxhall and I me parece el mejor disco si se le compara con cualquiera de los anteriores de Morrissey o Smiths (insuperable). El Vauxhall and I está preñado de significados y me acompañó en el momento más jodido de mi vida, por eso, no es exagerado afirmarlo, amo con toda mi alma este disco. “El momento más jodido de mi vida”, qué morrisseyano sonó eso, pero decirlo así es verdadero, tangible, honesto hasta los huesos. No confiaré por qué, no pretendo hacer strip tease frente a mi auditorio. Para eso existe la literatura, para eso están mis dos próximas novelas.

Vauxhall and I es un disco melancólico, lleno de nostalgia en cada uno de sus temas. Entre todos los discos de Morrissey, incluido el Ringleader Of The Tormentors (2006), éste es también el más personal de todos. Su propio título lo dice. Bajo ese razonamiento podríamos hacer eco: San Miguel y yo; Lima y yo; el Perú y yo; etc. A ese nivel de intimidad. Como de hecho Vauxhall es una ciudad, una calle, un lugar personal. Como Zela, San Miguel, Lima, el Perú, son lugares y a la vez tienen un significado que subyace a los aparatos artísticos, a las ideologías, a las teorías que tratan de explicarlas. En mí guardo mi propia versión de esos lugares. Esa parece ser la conclusión a la que llega Morrissey si uno se fija bien en los ojos azules de la portada.

Imagino que las evaluaciones sobre la vida pasada se hacen alcanzado un determinado nivel de madurez. En la música como en cualquier otro aspecto, los años son importantes. ¿Por qué los 27 años son una edad Triángulo de las Bermudas en tres clásicos del rock n’ roll: Janis Joplin, Jimmy Hendrix y el gran Jim Morrison (a los cuales se les uniría Kurt Cobain)? Para hacer esa evaluación, Morrissey en poco más de la treintena de su vida produce el Vauxhall, para encajar en este objeto musical esas preguntas. Entre lo propio y lo ajeno, Morrissey alcanza la madurez. El Moz deja de ser el chico malcriado para convertirse en un hombre en este disco (aunque suene algo irónico decirlo tratándose de él). Quizá esa evaluación del pasado que yo mismo realizo cuando escucho este disco, sea el germen de su sentido. En la portada misma, Morrissey destila madurez. Como encarando a la gente fuera de esa provocación de la portada del Bona Drag (miradita canchera, camisita roja) o la todavía más incendiara del Your Arsenal con la lenguita afuera y el micrófono fálico hacia el público. En Vauxhall Morrissey está en una pose natural, neutra, que reza: mira, éste soy yo y acéptame así, sin poses. El rey de la pose y la provocación haciéndose el I am simple man, con la camisa mal planchada y la casaca de todos los días, el jean usado de interdías y la mirada azul de quien comienza algo nuevo, tábula rasa.



De esa misma manera en que este disco está ligado a la madurez, del mismo modo está encadenado a la literatura: el Brighton Rock de Graham Greene y sus pequeños héroes adolescentes (Dallow, Spicer, Pinkie, Cubitt / Rush to danger / Wind up nowhere / Patric Doonan) desfilan en Now my heart is full, en la remembranza de la casa paterna, del chongo después de la cena, de las correrías y las bromas despreocupadas. En ese recuerdo pleno uno puede insuflarse de esos saltos para atrás y decir con Morrissey: ¡Ahora, mi corazón está pleno! Billy Budd es un personaje literario de la novela homónima de Melville: Billy Budd, el marinero. Así como literaria es la forma en que el ex Smiths reclama: I said, Billy Budd / I would happily lose / Both of my legs / I would lose both of my legs / Oh, if it meant you could be free / Oh, if it meant you could be free. Esa aspiración de la libertad que en la adolescencia es una paloma con gigantescas alas y que en la madurez es una cruz cruel. Creo que puedo ver al triste Melville escribiendo sus novelas en su oficina de aduana, lanudo y sucio como un portuario, asomándose de vez en cuando a la baranda del puerto para soñar ese mar infinito de Nantucket. El gran sueño de la libertad. La gran frustración de la dependencia. Esa oscura sensación que intuyo tiene el disco al cierre, con frases muy duras a los aspectos más ásperos de la socialización. Speedway se abre con una cierra eléctrica que irrumpe después de la lenta The Lazy Sunbather y concluye: I never said / I never said / I could have mentioned your name / I could have dragged you in / Guilt by implication / By association / I've always been true to you / In my own strange way / I've always been true to you / In my own sick way / I'll always stay true to you.

Entre ese inicio auspicioso en el que Morrissey emocionado se encandila anunciando que su corazón está a full hasta esta desgarradora revelación, algo ha sucedido ¿no? Como que los recuerdos también se pueden convertir en instrumentos de tortura. Los inocentes recuerdos de I hated for loving tampoco son suficientes para una evaluación positiva: las llamadas anónimas, los lapiceros envenenados: Anonymous call, a poison pen / A brick in the ... ah ... / A brick in the small of the back again / I still don't belong / To anyone / I am mine.

El disco tiene un hit (The More You Ignore Me, The Closer I Get) que le permitió a Morrissey alcanzar algo que nunca había conseguido antes: colocarse entre los 10 mejores singles en los EEUU y conquistar de paso un público al cual nunca pudo cautivar del todo. The more you ignore me… suena a Morrissey de una manera tan diáfana y popera que es absolutamente reconocible como un destello en el fondo de una cueva. Es alegre y provocativa fuera de la atmósfera de todo el disco. Why Don't You Find Out For Yourself es una gran canción acústica, no se puede dejar de admirar esa voz y esa atmósfera que Morrissey siempre consigue con su peculiar timbre de voz. Algunos dicen que esta canción tiene un receptor específico e incluso por ahí encontré que este disco (en general) es considerado abiertamente gay. En verdad eso no importa, las grandes obras siempre se interpretan de muchas maneras. En Why Don't You Find Out For Yourself Morrissey dice muchas cosas: The sanest days are mad / Why don't you find out for yourself ? / Then you'll see the price / Very closely… Don't rake up my mistakes / I know exactly what they are / And ... what do YOU do ? / Well ... you just SIT THERE / I've been stabbed in the back / So many many times / I don't have any skin / But that's just the way it goes. Y cuando le dice a esa otra persona: Y sé lo que tú haces, con esa tremenda carga emotiva, de acusación y dolor me recuerda tanto las actuaciones de James Dean, esos reclamos frente al padre, esas torsiones y lloriqueos en Al este del Edén, la gran película de Elia Kazan.

La carga emotiva es esencial en cualquier búsqueda artística, algunos tienen poca, otros muy poca, otros escriben con las tetillas. Morrissey siempre canta y compone con el corazón en la mano. Por ejemplo, Hold on your friends tiene ese comienzo tan triste que dan ganas de meterte de noche en una disco, desbrocharte la corbata un poco y quedarte sentado en un rincón, sorbiendo un vermouth bien cargado con una luz potente sobre la frente. Hold on your friends es el reclamo desesperado de Morrissey hacia los amigos, al sostén en los momentos jodidos sin los cuales esos momentos serían definitivos, fatales.

Pero qué es Vauxhall fuera de mi marco personal. Según una página argentina Vauxhall es un céntrico barrio del sur londinense, sobre el Támesis, que es popular en el mundo gay por la gran cantidad de bares y discos. Pero también es una marca de autos. ¿Cuál de las dos es la versión de Morrissey? ¿Importa realmente eso? ¿Qué parte de mí despierta la melodía de este disco alucinante? ¿Cuántas porciones de terreno sentimental alumbra con sus tonadas y sus giros de voz el Vauxhall? ¿Cuántas de las ficciones que he escrito y efectivamente escribí tienen ese germen en el Vauxhall, en ese esfuerzo por emocionar, por ese maravilloso acto de hacer sentir a ese lejano receptor, al escucha, al anónimo cómplice? Esa pica y admiración, ese escozor en la piel por igualar una marca artística como una cuña. Pues Vauxhall es para mí la prueba de la existencia tangible de la madurez, la contención, y Vauxhall es también la búsqueda, el intento, el simulacro de la belleza y la perfección.
 
Y MIENTRAS TANTO... EL PULSO SIN DESCANSO, EL PULSO SIN DESCANSO...

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Nombre: Franco
Ubicación: Lima, Lima, Peru

FRANCO. Del germ. Frank: libre, exento. Sencillo, sincero, ingenuo y leal en su trato. Liberal, dadivoso, bizarro y elegante. Desembarazado. Libre, exento y privilegiado. Patente, claro, sin lugar a dudas. CAVAGNARO: es un apellido italiano originario de Parma pero extendido en Liguria, donde existe un río con ese nombre. Existen datos desde el siglo XIV. Pasaron a América desde el siglo XVI y en mayor cantidad desde el siglo XIX a Estados Unidos, Argentina y Perú. Hay estudios sobre la rama peruana que inició un Angelo Cavagnaro, de San Andrea de Verzi, que llegó en 1852 con toda su familia.

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